por Arturo Soto Munguía
En el corazón de la Ciudad de México, centro neurálgico de la política nacional, hay demasiados motivos para confirmar que la campaña de Claudia Sheinbaum tendrá como asidero indispensable la figura del líder fundador del Movimiento de Regeneración Nacional.
Su nombre se repite en consignas que desde temprano comenzaron a corearse en la plancha del Zócalo por gente que comenzaba a llegar de todos lados: desde la Baja California hasta Chiapas, desde Veracruz hasta Oaxaca; de Sonora y Michoacán. Su rostro se multiplica en pancartas, lonas y carteles; en los ‘amlitos’, esos peluches que se venden como pan caliente en estos mítines.
Andrés Manuel López Obrador, el que no aparecerá en las boletas electorales, estará irremediablemente presente el próximo dos de junio en el imaginario de millones de mexicanos que en una muestra representativa se arremolinaron en el zócalo y sus calles aledañas, hombro con hombro, pecho con espalda en un apretujado mosaico de blanquitudes y mestizajes, de pueblos originarios que se hicieron presentes para asistir al arranque de campaña de la candidata de Morena y sus aliados a la presidencia de la república.
Aparece también en el discurso de la candidata, que lo mencionó en varias ocasiones, directa o tangencialmente; de hecho, cerró su discurso haciendo voltear a un costado de templete, a Palacio Nacional donde, dijo, vive el hombre al que le decimos “vamos a cuidar su legado, porque seguiremos haciendo historia con el humanismo mexicano”.
Alude, desde luego, a esa suerte de credo, a esa especie de modelo filosófico-político que el presidente supone una corriente de vanguardia destinada a la trascendencia que la historia le tiene reservada junto a Juárez, Madero y Lázaro Cárdenas.
El humanismo mexicano que, dice, es una forma de gobierno en la que se privilegia la separación económica del poder político y “por el bien de todos, primero los pobres”.
II
En el zócalo está por tanto el refrendo de la vocación por la continuidad, sin ambages ni recovecos: la oferta de Claudia Sheinbaum es la consolidación de la plataforma obradorista: pensión para mujeres de 60 a 64 años; beca universal para estudiantes de primaria y secundaria; más trenes de pasajeros que crucen todo el país; continuar la modernización de puertos, aeropuertos y aduanas, las carreteras.
Su discurso versa sobre el respeto a los derechos y la libertad: de expresión, de manifestación, de asociación; sobre la soberanía energética que el modelo neoliberal puso en peligro, pero ya no porque seguirán consolidándose los dos pilares de esta: PEMEX y la CFE. Habla de energías limpias
Y en el zócalo repleto resuena a cada rato el coro de “¡Presidenta! ¡Presidenta!”.
Por la calle de Madero, muy cerca de Isabel la Católica, una señora está trepada en la cerca de la iglesia. Desde allí grita y complementa el discurso de la candidata. Si por ejemplo Claudia habla de los pueblos originarios, la señora grita que “los que vivimos en la ciudad tenemos la obligación de querer a nuestros indígenas, porque son los que nos dan de comer”.
“¡Amamos a nuestros indígenas!”, grita, y a veces no deja escuchar el discurso de la candidata que se reproduce en pantallas gigantes instaladas en los cruceros de las calles que van a dar al zócalo, donde la gente que no alcanzó a llegar a la plancha sigue a distancia el evento.
Hay una constante en el discurso de la candidata. La República. De hecho, el discurso está estructurado en torno a ese concepto: República democrática, República justo, honesta, libre, participativa y responsable; República fraterna, República educadora, humanista y científica; República lectora y cultural, República sana, República con vivienda, República de y para las mujeres, República con trabajo y salario justo, rural y soberana, con energía sustentable, próspera y conectada, ambientalista y segura.
La continuidad es el signo. La República amorosa mutó a República fraterna y en medio de todas las fraternidades, la gente se arremolina en el zócalo, busca acercarse lo más que puede al templete y en ese apretujamiento y entre las dificultades para avanzar unos cuantos metros aparece el baldazo de agua fría de la realidad.
Al colega Fernando Oropeza le robaron, con esa magia de la prestidigitación que suelen tener los profesionales del ‘dos de bastos’, el celular. A Octaviano Rojas, que también acudió a cubrir el evento, le robaron el ‘tarjetero’, un pequeño adminículo donde además de las tarjetas bancarias iba su credencial de elector.
No hay señal de internet en el zócalo. Más de 200 mil personas reunidas en ese espacio, la mayoría usuarios del servicio saturan la red. En el maremágnum no hay espacio para lo amoroso o lo fraterno porque todo son empujones y sobrevivencia para avanzar unos cuantos metros.
Por ahí en la esquina de 5 de Mayo una joven me ve con el teléfono en la mano (quería establecer comunicación con los colegas) y me grita que lo guarde, que se los están robando.
-Pues por eso lo traigo en la mano, le digo, para que de perdida les cueste más trabajo.
III
En el zócalo está también el acarreo. Esa viejísima práctica que institucionalizaron los priistas y que en algún lugar de la historia perdió el derecho de autor, porque ya todos la ejercen.
Cientos de autobuses llegan a las cercanías del lugar desde temprano. Vienen de todos los rincones del país y de ellos bajan hombres, mujeres, niños, adultos mayores.
Facilitación de la movilización, le llaman ahora. Hay gente cargando grandes bolsas con recipientes plásticos que contienen comida; en otros lugares hay filas donde se pasa a recoger el billete de a doscientos pesos que servirá para mitigar las urgencias de un día largo.
El acarreo suele ser cuestionable dependiendo de la perspectiva de quien lo hace o de quien no puede hacerlo, pero en realidad también manda un mensaje político muy fuerte: la capacidad económica para afrontar una contienda electoral.
Se ve, se siente: como antaño lo hiciera el PRI-Gobierno, hoy lo hace Morena-Gobierno. Hay dinero y hay a pasto para convocar multitudes.
Pero también eso es engañoso. Asumir que el zócalo se llena a billetazos es un recurso facilón para desestimar que la mayor parte de la gente que se aglomera en ese espacio va por su propio pie, convencidos y con la militancia al tope, hasta el nivel de la señora que porta una pancarta con la leyenda: “AMLOeres un ángel caído del cielo para salvar a México”. O la de su acompañante, que en su pancarta reza: “Eres el mejor presidente del siglo… cabesita de algodón eres un chingon”. (sic)
Esas señoras no están ahí por una torta y un ‘frutsi’. Realmente creen en el proyecto de nación que plantea López Obrador y que Claudia Sheinbaum está dispuesta a continuar. Las veo concediendo entrevistas a medios y articulan bien el discurso, defienden la causa, se suman al proyecto.
Claro, ellas están del lado del que estamos mucha gente más, fuera del perímetro acotado por vallas metálicas y un cordón impresionante de policías. Dentro de ese perímetro está muy claro que incluso en la república amorosa hay niveles.
La parte del espacio frente al templete está reservada para la sección VIP. Allí están dirigentes partidistas, funcionarios públicos, políticos y políticas de primer nivel, candidatos y candidatas a los cargos de elección en disputa por todo el país.
La delegación de Sonora está allí, presente. A la primera que vi fue a la alcaldesa de Guaymas, Karla Córdova que sin duda trae una muy buena conexión con el equipo de Claudia Sheinbaum. Es claro que le esperan buenas cosas.
COLOFÓN
En el zócalo está la bandera a toda asta. La misma que no ondeó semanas atrás, cuando la oposición también llenó ese espacio, icónico si lo hay en el país, de las luchas de la izquierda.
La arrogancia es mala consejera.
Y aquí me llega el recuerdo de un viejo militante de la izquierda histórica que un día habló de que el PRI, por aquellos años 90’, amo y señor del acarreo y del indiscriminado y abusivo uso del poder del Estado para la pretendida perpetuidad del régimen, también cayó.
Ojo con eso.