Por: Arturo Soto Munguía
El presidente Andrés Manuel López Obrador iniciará hoy en Sonora una gira de trabajo en la que aparece una visita al territorio yaqui, donde además de supervisar los avances del Plan de Justicia para la Etnia debería -y lo digo sin ánimo de joder-, buscar a una descendiente de Doña María Matus que hace unas ‘limpias’ excepcionales para ahuyentar las malas vibras y que le ayudaría a alejar los demonios fifís del conservadurismo neoliberal que últimamente lo traen a maltraer.
No sería la primera ni la última vez que López Obrador se acogiera a los rituales de los pueblos originarios, a su mística y cosmogonía, a sus prácticas ancestrales de purificación y protección espiritual. No es algo que le moleste; al contrario, se identifica con ello y en ello encuentra la fuerza que nutre su persistencia. Porque al presidente sus detractores le pueden regatear muchas cosas, menos la persistencia.
Tampoco la voluntad y entrega para mantener un acelerado ritmo de trabajo que incluye el incesante recorrido por el país, pese a que dos veces ha resultado positivo a la Covid19 y recientemente le fue practicado un cateterismo, después del cual informó que ya redactó su testamento para garantizar que en caso de que falte -escenario que solo los muy mezquinos desearían-, la continuidad de la cuarta transformación no se interrumpa.
Pero si los problemas de salud no lo han tumbado -y si se cae se levanta, ha dicho-, la semana pasada un obús teledirigido desde el frente enemigo le dio justo donde más le duele: su familia y su prédica de humildad y desapego a las cosas materiales, los lujos, la ostentación; el desprecio a las tentaciones de la corrupción.
Obvio, la reacción correspondió a la acción y el presidente se fue con todo contra los autores de ese ataque y en la contraofensiva se llevó hasta a Carmen Aristegui y ya encarrerado se fue contra la corona y el gobierno español, además de las empresas ibéricas que han visto a México como territorio de conquista y han contado con la complicidad de los gobiernos neoliberales del pasado.
El presidente no anda del mejor humor en estos días, pero afortunadamente en Sonora siempre encuentra las postales históricas que lo enamoran: la derrota de los filibusteros franceses en Guaymas a manos del ejército y civiles comandados por el General Yáñez; la resistencia heroica del pueblo yaqui, el vaivén de la cuna de la Revolución que desde Cananea se mece al fragor de los combates; la insurgencia civil de 2021 que acabó con 80 años de gobiernos prianistas en Sonora…
Por algo esta es la décimo sexta vez que ya como presidente, visita Sonora, donde en las últimas semanas el gobernador Alfonso Durazo ha corrido la milla preparando la casa para la visita.
Este viernes López Obrador tendrá a Hermosillo como sede de su cotidiana reunión con la Mesa de Seguridad, de donde seguramente saldrán chispas porque la cosa está que arde en esta materia por estos lares; luego la mañanera y de allí a Yécora, donde junto al gobernador y funcionarios federales evaluarán los programas sociales de su gobierno.
También tiene agendada una visita a los pueblos yaqui y seri el sábado, y la inauguración de las escuelas de beisbol en Hermosillo y Cajeme. Pero el eje central de esta gira es la seguridad pública.
Y no es para menos. Las cosas se han puesto particularmente feas sobre todo en los valles de Guaymas y Empalme, por lo que es de esperarse algún anuncio poderoso en esta gira.
Los sonorenses lo estamos esperando.
II
Y ahora las malas noticias:
Cinco periodistas asesinados en menos de 30 días son muchos. Desde el 16 de enero que abatieron a balazos a José Luis Gamboa en Veracruz, hasta ayer que mataron a Heber López en Oaxaca, la cifra va en cinco solo en este año.
Parece una macabra coincidencia, pero un día después de que fueron detenidos tres presuntos responsables del asesinato de la periodista Lourdes Maldonado en Tijuana, al otro extremo de la patria, en Salina Cruz cayó abatido a balazos Heber López. Sus asesinos entraron hasta su estudio de grabación donde se encontraba trabajando y abrieron fuego en su contra.
Hay dos personas detenidas por este crimen lo cual apuntaría a una apenas perceptible baja en los índices de impunidad que prevalecen en México donde más del 90 por ciento de las agresiones a periodistas quedan irresueltas, de acuerdo con cifras de la propia Secretaría de Gobernación.
Con ser la impunidad una asignatura pendiente del actual gobierno, lo más alarmante es que los asesinatos sigan registrándose, este año con inusual frecuencia: en Tijuana mataron a Margarito Martínez, a Lourdes Maldonado y a Marco Ernesto Islas Flores. En estos últimos dos casos las autoridades se apresuraron a declarar que las ejecuciones no tuvieron que ver con su actividad periodística.
También en el mes de enero cayó asesinado en Veracruz José Luis Gamboa, editor de un portal de Internet, y en Zitácuaro Michoacán fue baleado Roberto Toledo, quien sobrevivió al ataque.
Cinco asesinatos en dos meses son muchos, y es mucha la facilidad con que se atenta contra la vida de los y las periodistas en este país que se ha convertido en el más peligroso para el ejercicio de esta profesión en el hemisferio occidental, de acuerdo con datos del Comité para Protección de Periodistas, un organismo de protección al gremio, con sede en Nueva York.
Como telón de fondo en todos estos asesinatos, aparece la imparable ola de violencia del crimen organizado, y un enrarecimiento del clima contra el ejercicio periodístico y contra quienes lo ejercen.
Esto tiene que parar.