Por: Arturo Soto Munguia
El gobernador Alfonso Durazo puede pasar a la historia como quien acabó con esa maldición que se le atribuye a Plutarco Elías Calles y a la cual le endosan todas las desgracias que asuelan al puerto desde hace décadas.
“Guaymas nunca dejará de ser una aldea de pescadores”, dicen que escupió un día ‘El Turco’ y desde entonces en el bello puerto han sido más las duras que las maduras; los guaymenses ya no sienten lo duro sino lo tupido y de lo que piden su limosna es que regresen los huracanes y se vayan sus políticos.
Pues bien, esa historia parece encaminarse a su fin. Guaymas ha sido puesto en el centro de la agenda de los gobiernos estatal y federal, decididos a convertirlo en uno de los puntos de carga más importantes del Pacífico mediante un proyecto integral de gran calado.
No solo se trata de la ampliación del puerto para dejarlo en condiciones de multiplicar su capacidad de carga y descarga, sino que hay una serie de obras complementarias que ya están autorizadas y se financiarán con recursos del Fideicomiso de Aduanas que actualmente cuenta con 90 mil millones de pesos.
Ayer, el gobernador Alfonso Durazo explicó que con la construcción de la carretera Guaymas-Chihuahua, el retiro de las vías del tren que actualmente parten en dos a la ciudad de Nogales y con la modernización de su aduana, Guaymas estará listo en pocos años para su despegue.
Ya se gestionó con el gobierno federal para modernizar ese tramo de 100 kilómetros por el que llegará al puerto toda la producción agropecuaria, manufacturera e industrial de Chihuahua que actualmente sale al Pacífico por Ensenada después de subir a El Paso. Además, con el corredor fiscal Guaymas-Nogales se podrá revisar en el mismo puerto, en coordinación con la agencia aduanal de EEUU, toda la mercancía que llegue y tenga como destino el vecino país del norte, a donde podrá entrar ya sin revisión.
Guaymas y los guaymenses se lo merecen.
II
El fin de semana pasado hubo una convocatoria de periodistas para manifestarnos en cualquier lugar del país donde estuviésemos, por la justicia para los colegas asesinados y contra la impunidad en sus casos.
En Hermosillo, una solitaria Reyna Haydee Ramírez se encargó de colocar unas sillas en una esquina del Palacio de Gobierno, con los rostros de los más recientes colegas abatidos y los hashtags con sus respectivos nombres.
A la convocatoria acudimos nueve periodistas. Y mientras escuchaba a Reyna hacer un pronunciamiento, veía los rostros de los muertos y los HT #TodosSomosLourdes #TodosSomosJosé #TodosSomosRoberto #TodosSomosHeber #TodosSomosMargarito y pensaba que esos eran los que deberían estar uniéndonos. Que su sangre sirviera para alimentar las exigencias de justicia, para ensamblar la unidad gremial, para visibilizar la precarización laboral que azota a la inmensa mayoría de los periodistas.
Pero como no, pues no.
Muchos prefirieron mirar hacia otro lado y otros más se sumaron, pero a otros HT que a esas horas peleaban por convertirse en trending topic: #TodosSomosLoret y #TodosSomosAMLO.
También pensé escribir algo al respecto, pero se me adelantó alguien.
Jorge Zepeda Patterson es desde hace muchos años un periodista de consulta obligada para el análisis del acontecer político en México. Su compromiso con las causas de la izquierda democrática está fuera de toda duda y en algún momento, hace poco más de un año, el presidente lo enlistó entre los menos de diez periodistas que lo apoyaban.
Hace cuatro días, el mismo presidente redujo a dos esa lista de apoyadores: los moneros de La Jornada Rafael Barajas ‘El Fisgón’ y José Hernández. Obviamente se quedó corto. A lo largo y ancho del país hay muchísimos periodistas y comunicadores que apoyan a la cuarta transformación y de manera muy comprometida al presidente. Como también son legión los que no solo no lo apoyan, sino que han hecho de la crítica pertinaz, a veces salvaje y con frecuencia grosera, su ejercicio cotidiano.
Cito a Zepeda porque ayer escribió una de las columnas más luminosas que he leído en el oscuro callejón de la estridente zacapela que en las últimas dos semanas ha escalado con inusitada fiereza, apartando de un manotazo los principios democráticos, señaladamente el de la tolerancia, bajo la premisa alentada desde Palacio Nacional, de que es la hora de las definiciones y el buen periodismo es militante solo bajo la condición de abanderar las causas de su gobierno.
Zepeda Patterson alude a la ‘guerra de hashtags’ suscitada a raíz de las revelaciones sobre la casa en que vivió en Houston el primogénito del presidente, hechas por Carlos Loret de Mola a través de la plataforma de Latinus tras la cual aparecen las figuras de Claudio X González y Roberto Madrazo Pintado, entre otros acérrimos enemigos políticos de López Obrador.
Me gustaría reivindicar la libertad política para criticar los desaciertos de la 4T y del presidente sin necesidad de identificarse con una visión del mundo y una práctica profesional con la que no se coincide. “Todos somos Loret” supone una defensa del periodista atacado, pero también implica una suerte de identificación con los calores y actitudes que él defiende. Desde luego, quien sí lo haga está en todo su derecho de sumarse a su causa y cantarlo al mundo, aunque seguiría preguntándome por qué la utilización de una fórmula tan absoluta y evidentemente falsa. Tan falsa y absoluta como el que se envuelve en el hashtag opuesto “Todos somos Obrador”, escribió.
Loret creyó más conveniente aparcar el periodismo para hacer parodia política y activismo partisano. Pero, al contemplar el espectáculo de algunas mañaneras, me pregunto si AMLO no ha comenzado a hacer algo equivalente; dejar de lado al jefe de Estado que pretendía ser para convertirse en animador de una carpa política para los suyos, en pregonero de sus propios resentimientos y sus nuevos agravios, en paciente de un diván público usado para dar salida a sus pulsiones personales. Y en el proceso, está lastimando las atendibles convicciones que lo trajeron al poder o los sueños de convertirse en el presidente que uniría a los mexicanos en la construcción de un mejor país para todos, apunta en otra parte de su columna.
Y cierra así: “Frente a esto no cabe sino rehuir los hashtags todos somos Loret y todos somos Obrador y los que vengan en camino, y comenzar a pensar otra vida pública en la que quepan incluso los que no piensan igual que nosotros”.
Si quieren leer el texto completo pueden consultar este link https://www.milenio.com/opinion/jorge-zepeda-patterson/pensandolo-bien/no-todos-somos-un
III
Se confirma el arribo de Miguel Ángel Murillo Aispuro, el ex contralor del gobierno de Claudia Pavlovich a la dirección de Administración del CIAD, aunque me aclaran que en este nombramiento no tuvo nada que ver el gobierno del estado, sino que obedeció a la excelente relación que el oriundo de La Ladrillera tienen con el actual secretario de la Función Pública en el gabinete de Andrés Manuel López Obrador, Roberto Salcedo Aquino.
Para los efectos a que haya lugar, queda asentada la aclaración respectiva.