Por: Arturo Soto Munguía
Al menos en un par de ocasiones el gobernador hubo de hacer una pausa en su discurso para aclarar su gargantea, para que la emoción no le destemplara el ánimo. Para evitar que la remembranza le desbordara el pecho.
De pie en la tribuna del Congreso del Estado, Alfonso Durazo ve a los ojos a Marcela y Laura Elena Colosio Murrieta, hermanas del hombre que fue su amigo, jefe y guía e inevitablemente debió pasar por sus memorias la recapitulación de aquellas horas trágicas: las transmisiones especiales en la televisión, el pulso desbocado de un país estremecido; las imágenes que se suceden en un bucle demencial y repetitivo. La multitud en Lomas Taurinas, ‘La Culebra’ a todo volumen, la pistola en cámara lenta, el disparo, el hombre caído, el terror, el susto y los jaloneos; la confusión. La tragedia. El 23 de marzo de 1994.
En su relato de los días previos, Durazo recuerda el momento en que conoció a Luis Donaldo Colosio; el primer encuentro, el primer consejo cuando asumió el cargo como su secretario particular en el PRI nacional, luego en Sedesol, sin imaginar siquiera remotamente lo que sobrevendría después: la candidatura, la campaña, lo que pudo ser y no fue.
No es solo el recuerdo del amigo vilmente asesinado lo que matiza la voz del gobernador en el evento protocolario para develar las letras doradas con su nombre en el salón de plenos del recinto legislativo. Como hombre de Estado, el gobernador sabe que en Tijuana no solo cayó abatido un candidato; con él se desmadejaron también las esperanzas de construir un país distinto al que veía el malogrado político de Magdalena, con hambre y sed de justicia.
Porque las escenas de aquel aciago día en Lomas Taurinas eran a su vez el capítulo más intenso de una saga que fue la síntesis y el reflejo de un país convulsionado, un sistema político en crisis y un partido en descomposición que ya no daba para más. Cuando las diferencias políticas se dirimen a balazos, el estruendo hace que la paz vuele lejos.
II
En el recinto legislativo, algunos colegas comentaban, no sin cierto dejo de sorna la ‘cabeza’ de mi anterior columna: “Si Colosio viviera… ¿con Morena estuviera?”.
Los signos de interrogación encierran, desde luego, una pregunta que nadie puede responder porque Colosio es hoy la historia de lo que no fue.
Pero en el discurso de su amigo Alfonso Durazo aparecen algunas referencias que lo ubican en el punto de inflexión de un movimiento plural y diverso que trascendió las fronteras de su propio partido y se coronara con el resultado de la elección presidencial 2018: “Su lugar en la historia fue ganado a pulso con su sacrificio para que México dejara de ser patrimonio de unos cuantos y se convirtiera en la esperanza compartida de todos, particularmente aquellos que más lo necesitan”, dijo.
Y fue más alla: “Rendir homenaje a su memoria es recordar una etapa trunca de nuestra historia, un futuro que no fue. Pero también es reconocer que ahora, en la etapa de transformación que vivimos en el país y en el estado su continua presencia camina junto a la gran obra de renovación y lucha democrática que ha vivido México desde aquel infausto día”.
Luis Donaldo, siguió, no pudo atestiguar en persona estos tiempos donde la patria se revitaliza día a día, pero su legado nos ha acompañado y lo seguirá haciendo desde este recinto cuya memoria honra hoy.
“Buscó ser presidente a través de elecciones limpias en un país que se encontraba tan lejano a una democracia realmente participativa; un país donde mandara el pueblo por encima de todas las cosas, de cualquier interés personal o de grupo: hoy podemos decir que ese reclamo es el estandarte que guía a la generación de mujeres y hombres que estamos comprometidos con el avance democrático y podemos asegurar que su muerte no fue en vano, sino que a partir de ella se levantaron voces plurales para impulsar la verdadera transición a la democracia”, apuntó.
Y para que no cupiera duda remató: “Su idea de un país de libertades y justicia, de un poder público cercano a la sociedad está presente entre nosotros y no pudo ser derrotado por su muerte trágica e injusta; por el contrario, formó parte de los acontecimientos que llevaron a nuestra patria a tocar sus notas democráticas más altas en el 2018”.
Se puede decir más fuerte, pero no más claro. Ahora sí que se le pueden quitar los signos de interrogación al título de la columna y decir, a partir de lo expresado por el gobernador: si Colosio viviera, con la 4T estuviera.
III
En el salón de plenos, Fermín Trujillo, del PANAL se lleva su cachito de gloria. Él fue el autor de la iniciativa para la inscripción de las letras doradas en honor de Colosio, una propuesta aprobada por unanimidad y sin regateos, lo cual también fue agradecido por el gobernador.
Pero la que se llevó las palmas fue la presidenta de la mesa directiva, Natalia Rivera Grijalva, una joven que en aquel 1994 contaba apenas veinte años de edad y nacía a la vida política en medio de las convulsiones de un país cruzado por la inestabilidad, la crisis, los asesinatos políticos, la guerrilla zapatista y la despiadada guerra interna por la sucesión presidencial en un PRI que procesaba esa disputa en medio de celos, envidias y rencores.
Como priista, Natalia cita casi de memoria el ideario de Luis Donaldo Colosio. Lo considera un visionario cuyo legado hay que integrar a la conversación con las nuevas generaciones que no lo conocieron, “para encontrar las coincidencias que nos permitan avanzar”.
De hecho tocó fibras sensibles al gobernador al recapitular sobre la historia y enviar los recuerdos al momento preciso en que segaron la vida “de un hombre que llevaba sobre sus hombros muchas esperanzas de cambio y transformación”.
Es la hora, dijo, de una nueva reflexión sobre el pensamiento de Colosio, de cara a una nueva generación que está viviendo los devastadores efectos del cambio climático y el surgimiento de enfermedades altamente contagiosas y de rápida expansión, algo que el asesinado candidato preveía como consecuencia de un desarrollo fincado en el abuso de los recursos naturales.
“Sin duda Colosio era un visionario, sostuvo, porque lo que en 1994 hacía sentido, hoy, después de una pandemia, de profundas crisis económicas, de cambios de régimen y de conflictos internacionales, hace más sentido aún”, dijo.
En el Congreso es la hora de los abrazos, las palmadas, los reconocimientos. La unanimidad en torno a un hombre que ya no está, pero que concita consensos en estos tiempos de disensos, así sea por un momento. Ya mañana será otro día.
Por cierto, el PRI también realizó su tradicional guardia de honor en el busto a Luis Donaldo ubicado en el bulevar que lleva su nombre. Allá también estuvieron las hermanas del magdalenense, el dirigente estatal de ese partido, y militantes que aún le recuerdan.
Pero el evento grande esta vez fue en el Congreso.