Por Arturo Soto Munguía
Como si fuera una mala jugada del destino, una funesta coincidencia o una broma del azar, al día siguiente de que el secretario de Educación y Cultura, Aarón Grajeda Bustamante reprobara el simulacro de balacera llevado a cabo en una escuela de Guaymas, en Empalme se registró una balacera real que obligó a maestros y niños a tirarse al piso y permanecer aterrados escuchando las detonaciones de armas de fuego de diversos calibres.
Para peor, uno de los sujetos participantes del tiroteo corrió hacia la escuela y buscó refugio en los salones, mientras en calles aledañas otro de los sujetos quedaba sin vida dentro de un vehículo y cuadras más adelante quedaba otra camioneta completamente rafagueada por la metralla.
De inmediato se movilizaron las fuerzas del orden, encontrando un hombre muerto y dos lesionados. Aseguraron vehículos y armas y activaron un operativo para dar con los responsables. Incluso el propio titular de la SEC se trasladó al lugar de los hechos para dialogar con docentes y padres de familia afectados por los sucesos.
Por la tarde, la secretaria de Seguridad, María Dolores del Río difundió un mensaje en video en el que aseguró que la comunidad escolar estaba bien, dio el saldo del tiroteo, estableció que el mismo pudiera deberse a una pugna entre grupos criminales y aseguró que la instrucción del gobernador es reforzar la presencia de las instituciones de seguridad y que este acto no quede impune: “no escatimaremos esfuerzos hasta que estos hechos que nos lastiman no se repitan”, dijo.
Horas antes, en la conferencia semanal de seguridad, la propia secretaria aludió a otros eventos violentos registrados en Guaymas donde hubo balaceras e incendios de vehículos, aduciendo que esos hechos fueron un distractor para cubrir un intento de fuga de un generador de violencia preso en el Cereso local.
Lo de Empalme sin embargo, aparece suficientemente grave para atemperarlo con declaraciones de este tipo. Varios videos viralizados en redes sociales dan cuenta de ráfagas y detonaciones que se prolongaron por dos o tres minutos, lapso que para otras cosas puede ser un instante, pero para una tiroteo en plena zona urbana y muy cerca de una escuela con aulas llenas de infantes, resulta una eternidad.
Lo peor es que los criminales parecen estar enviando un funesto mensaje de impunidad que difícilmente puede ser contrarrestado con cifras y estadísticas sobre órdenes de aprehensión ejecutadas, carpetas de investigación abiertas, decomisos de drogas, armas, vehículos y demás.
Si el debate sobre seguridad pública se va a posicionar en el plano de una guerra por la percepción, estos hechos indican que la guerra la están ganando los delincuentes y eso es a costa de la zozobra de la población civil.
El mensaje resulta especialmente ominoso porque apenas un día antes la opinión pública dividía opiniones en torno a la sanción impuesta al maestro que en Guaymas organizó un simulacro de balacera para enseñar a reaccionar a los alumnos de una primaria en caso de un evento de ese tipo.
24 horas después una maestra documentó en video cómo tranquilizó a sus pequeños alumnos para que no perdieran la calma y permanecieran pegados al piso mientras sonaba la metralla afuera de su escuela, lo que reavivó el debate sobre los protocolos de seguridad en planteles escolares.
Un especialista en seguridad se preguntaba ayer por la generación que se está formando en las escuelas de Sonora en estos días; por el impacto emocional de los pequeños y las pequeñas que vivieron de cerca este episodio y las olas expansivas de ese impacto hacia el resto de los educandos que, sin haber estado cerca de la balacera y gracias a las redes sociales, intuyen que lo mismo puede pasar en cualquier otro plantel, incluido el suyo.
Pensemos, me decía, en esa generación e imaginemos de qué estarán hablando dentro de 15 o 20 años cuando conversen sobre sus experiencias en la escuela. Suena terrible, pero son cosas que no se pueden borrar de la memoria.
Honestamente, no es la intención contribuir al pánico social, pero parece haber llegado la hora de preguntarse por la conveniencia de decretar la normalización de la violencia, o tomar la decisión de dar el manotazo en la mesa y modificar de fondo lo que se está haciendo en materia de seguridad pública, de seguridad ciudadana y de seguridad humana, que por cierto son conceptos distintos sobre los que en otro despacho tendríamos que volver.
Minimizar el asunto, ubicarlo como caso aislado o contrastarlo con gráficas y estadísticas puede servir para el autoconvencimiento de que las cosas van por buen camino, pero a fuerza de repetirse, eventos de este tipo acaban por minar la credibilidad de cualquier gobierno.
No en la clase política, en los grupos de presión o en los partidos opositores que van por la vida con sus maltrechas convicciones y sus exiguas militancias, sino abajo, en la sociedad civil pensada no como abstracción filosófica, sino como seres humanos concretos a quienes les están pasando cada vez más cerca las balas.
II
Esta columna suele ser refractaria a la ingesta de ansias que anima a ciertos opinólogos y comentócratas a quitar y poner funcionarios en los gabinetes de gobierno, pero me llega una versión en ese sentido que no puedo dejar pasar porque a lo mejor le atino.
Lo hago corriendo el riesgo de caer en ese juego raro cuyas reglas indican que un gobernador no removerá a nadie de sus colaboradores porque así lo indiquen en la prensa. Juego raro, digo, porque no sería la primera vez que si un funcionario o funcionaria siente que la guillotina anda cerca, filtre versiones de su despido o reubicación, a sabiendas de que el jefe no cederá a presiones mediáticas y por lo tanto, asegure así su permanencia en el cargo.
Así que con todas las reservas y con esos antecedentes, apunte usted un movimiento en el cual la secretaria de Seguridad, María Dolores del Río pasaría a la secretaría de Gobierno, mientras que el titular de esa cartera, Álvaro Bracamonte Sierra iría a la secretaría de Educación.
A la secretaría de Seguridad llegaría un hombre de verde olivo que ha estado muy cerca de los principales golpes a la delincuencia organizada asestados en el último año y que ocupa un lugar importante en la Mesa Estatal de Seguridad.
El destino de Aarón Grajeda no me lo dijeron, pero desamparado no quedaría, toda vez que es un hombre muy cercano al ánimo y al proyecto del gobernador.
También se habla, ahora sí en serio, de un cambio en la fiscalía estatal.
III
Ayer fue a buscarme hasta las instalaciones de la Red 93.3 en Hermosillo la señora Dora Alicia Moreno Méndez, funcionaria de Sedesson y segunda gobernadora del pueblo seri, acompañada del presidente del Consejo de Ancianos de la etnia, el señor Enrique Robles.
El motivo de su visita era en primera instancia, que les revelara la fuente de donde salió lo publicado ayer a propósito de lo que ocurre en estos días con el tema de los permisos de caza en territorio Comca’ac, y que implica una disputa que tiene como telón de fondo varios millones de pesos y no pocos actores.
Obviamente, la reserva de las fuentes para un periodista es tan sagrada como sus rituales, del mismo modo que el derecho de réplica está garantizado, así que llegamos al acuerdo de publicar aquí su propia versión de los hechos, lo que haremos en el próximo despacho, toda vez que el espacio se ha agotado.
Lo que puedo adelantar es que ambos negaron algún interés pecuniario en la gestión de los permisos de caza, también cualquier relación ilícita con los empresarios de Desert Hunt y señalaron al gobernador Joel Barnett de ser quien se niega a presentarse ante las autoridades de Sagarpha para recibir alrededor de dos millones de pesos por concepto de los permisos vendidos a los empresarios de San Luis Potosí.
Ambos dijeron trabajar para la cuarta transformación en Sonora y regirse bajo los principios de no robar, no mentir y no traicionar al pueblo, y ser muy cercanos al presidente Andrés Manuel López Obrador y al gobernador Alfonso Durazo.
El contexto está en la anterior columna, y la versión de Dora y Enrique la publicaremos en este mismo espacio.
Lo que es un hecho es que sí hay fricciones en la etnia.