Por: Arturo Soto Munguía
Más que los resultados, hay una espera no despojada de cierto morbo por conocer las razones, los alcances y la utilidad práctica del estudio que la semana pasada anunciaron la fiscal estatal y la secretaria de Seguridad en Sonora, según el cual se estaría comprobando que el 98 por ciento de las víctimas de homicidio doloso, lo fueron por su involucramiento en actividades ilícitas.
Sin descalificar a priori dicho estudio, el sentido común indica que para arribar a esa conclusión no se requeriría un equipo multidisciplinario que se devanara los sesos y consumiera recursos públicos eventualmente cuantiosos.
Pero esa sería la parte menos cuestionable. Lo más serio es el camino de la criminalización y la revictimización de ese 98 por ciento de los y las muertas en tiroteos, enfrentamientos y ejecuciones, sin contar esa otra imprecisable cifra de cadáveres encontrados con preocupante frecuencia por los colectivos de madres buscadoras, que apenas el sábado daban cuenta de lo que llamaron ‘un campo de exterminio’ en Santa Ana.
Soy un convencido de que el gobierno de la cuarta transformación en Sonora ha privilegiado la incorporación de cuadros con una visión progresista, de avanzada, surgida de la investigación y la academia, nutrida en autores vanguardistas. Profesionales de la abogacía, la criminalística, la sociología y otras disciplinas, que pueden y deben arribar a mejores puertos en materia de políticas públicas a partir de la investigación, el análisis, el procesamiento de datos para interpretar la realidad.
La Fiscalía estatal y la Secretaría de Seguridad no son la excepción, pero en este caso siento que sus titulares, Claudia Indira Contreras y María Dolores del Río están quedando a deber.
Realmente no serviría de mucho, y antes bien nos haría regresar 20 años en la historia, concluir basados en ese estudio, que sí hay muchos homicidios dolosos pero los ciudadanos de bien pueden estar tranquilos porque los muertos tienen antecedentes penales y perfiles criminales, es decir, ‘se están matando entre ellos’ y solo el dos por ciento de las víctimas son ‘daños colaterales’ o saldo rojo de violencia familiar y riñas por causas no relacionadas con el crimen organizado.
No se vale que las funcionarias citadas se aprovechen de que el gobernador anda a mil por hora, para meterle un gol como este.
Veamos: Alfonso Durazo trae sin duda, la experiencia de haber estado al frente de la secretaría de Seguridad federal, pero en las últimas semanas lo hemos visto recorriendo el estado atendiendo asuntos de la gobernanza que reclaman su presencia.
El gobernador trae en su agenda los temas del plan de justicia para Cananea, el plan de justicia para la etnia yaqui y el plan de justicia para los seris que no son, ni de lejos, asuntos menores. Lo hemos visto ir y venir a la Ciudad de México en la gestión de asuntos indispensables para el relanzamiento económico del estado: la modernización de aduanas, el puerto de Guaymas, la modificación del entorno urbano de Nogales; proyectos para Cajeme, obras carreteras, libramientos y desde luego la planta fotovoltaica de Puerto Peñasco.
Eso sin contar asuntos que injustamente pueden considerarse más domésticos -porque no lo son-, como el reordenamiento financiero y administrativo del estado, el rescate del Isssteson, el plan anticorrupción y de austeridad, entre otros temas que le exigen un trabajo de 24/7.
La seguridad en el estado es, a no dudarlo un tema prioritario y si bien el gobernador dijo que se haría cargo personalmente, es obvio que en la complejidad de la gobernanza debe delegar tareas, y así ha depositado su confianza en dos mujeres que, lamentablemente aparecen rebasadas por una realidad empeñada en hacerlas ver erráticas y a veces hasta desesperadas. No es para menos.
Así las cosas, no queda más que esperar los resultados de ese estudio y que éstos vayan más allá de la revictimización y el desafortunado cliché ‘se están matando entre ellos’, porque entonces sí, no hay más opción que rezar para no aparecer algún malhadado día en la estadística del dos por ciento que no andamos en malos pasos y nos toque la de malas.
En el pasado, la criminalización de las víctimas y su consecuente revictimización hacía las veces de argumento para justificar la ausencia de resultados en las investigaciones de los homicidios dolosos. Si andaban en eso, se lo merecían, era la traducción más socorrida, lo que se decía sin decirlo.
Y sí, es posible que el 98% de los ejecutados (as) anduvieran en actividades ilícitas, pero sería interesante saber qué porcentaje de esos crímenes sigue en la impunidad, un dato que sería bueno incluir en el ya famoso estudio.
En vía de mientras y a vuelapluma, dejo cuatro nombres de víctimas cuyos asesinatos no han sido resueltos. Los cito porque no eran anónimos sicarios que aparecen y desaparecen sin que aparentemente nadie los reclame.
Abel Murrieta, Ricardo López, Marisol Cuadras y Daniel Palafox. Un candidato a la alcaldía de Cajeme, un periodista de Guaymas, una activista del feminismo en el mismo puerto y un funcionario municipal de Empalme.
Son, desde luego, mucho más, pero ¿servirá de algo saber si están en el 98 o en el dos por ciento? A mi juicio no. Todos están muertos y sus crímenes, impunes.
II
No empezó bien el año para el gremio periodístico. Cinco asesinados en estos primeros días de 2022, cuatro en enero, uno en febrero; tres de ellos en Tijuana, donde los demonios andan sueltos.
Ayer se reportó el asesinato de Marcos Ernesto Islas. Cuatro balazos segaron su vida, a las puertas de su casa. Por la noche, la fiscalía de Baja California confirmó la detención de Jocsar Fidel ‘N’ como presunto responsable del crimen.
Marcos Ernesto editaba un portal de noticias, aunque tenía tiempo que se había retirado de esa actividad.
Cinco periodistas asesinados en los primeros días del año que corre no son cosa menor. Mucho menos si los crímenes aparecen en un contexto de escalada en la confrontación del poder político con la prensa, donde hasta a Carmen Aristegui, hasta hace muy poco referente del periodismo con vocación obradorista, le fue colocada una diana en la espalda para que los seguidores del presidente descargaran en ella su furia, acusando traición.
El derecho de réplica y el diálogo circular al que apela el presidente con frecuencia se está convirtiendo en una peligrosa competencia por ver de qué lado se lanzan más descalificaciones, denuestos y francas agresiones. El presidente es duro en sus calificativos, pero no lo son menos sus detractores, que sin trabas ni recato lo insultan a él y a su familia diariamente.
Estamos en un momento en que no hay manera de saber quién comenzó los ataques, pero lo peor es que no hay visos de que en alguna de las partes vaya a caber la mesura. Preocupante, porque la violencia verbal es la antesala de la violencia física.
En el picado mar de la escalada criminal y la manga ancha de la impunidad, ¿qué si algún deschavetado atentara contra la vida de alguno de los villanos favoritos del presidente? ¿Qué si en el peor de los casos, lo hiciera promovido por alguno de los enemigos del presidente?
Por el bien de todos, los ánimos deben atemperarse.