Por: Arturo Soto Munguía
Abrimos la semana con un paro y toma de instalaciones en el Centro de Investigación y Docencia Académica (CIDE).
El tema es importante no por lo que representa su comunidad en términos numéricos (su población estudiantil apenas rebasa el medio millar), sino porque después del choque del presidente con la UNAM y el Conacyt, el CIDE encarna en estos días el desencuentro de una parte de la comunidad académica y científica del país con la visión que sobre la educación tiene y delinea el presidente.
Desde su perspectiva, las universidades, centros de investigación e instituciones culturales fueron tomadas por los conservadores durante el periodo neoliberal para inocular en los jóvenes el peligroso virus del aspiracionismo pequeño burgués y despojándolas de su compromiso con el pueblo y la transformación que encabeza.
Bajo esa premisa, lo primero que hizo el presidente a través de sus diputados en el Congreso federal fue materialmente ‘confiscar’ los fideicomisos, alimentados varios de ellos por recursos generados por las propias instituciones a partir de prestación de servicios, licencias de tecnologías, uso de patentes y convenios con otras instituciones públicas y empresas privadas.
De allí se financiaban becas, proyectos de investigación, participación en foros internacionales, intercambios académicos y demás. Obvio, para el presidente todo eso no solo es innecesario, sino muy oneroso y es un pretexto para que los académicos le den vuelo a sus excesos lúdicos viajando por el mundo bebiendo vinos caros y exquisitas viandas.
Pues eso se acabó. En la cuarta transformación no puede haber profes ricos con pueblo pobre, así que ‘matanga dijo la changa’ y se apropió de los fideicomisos destinando esos recursos para otros fines, señaladamente los que tienen que ver con el financiamiento de los programas del Bienestar.
El caso del CIDE es peculiar además, porque en la campaña electoral de 2018 varios estudiantes hicieron viral un video en el que aparecían mostrando su credencial de la institución y adelantando su voto a favor de Andrés Manuel López Obrador.
Tres años después se van al paro y tomarán las instalaciones porque además, recientemente fue removido por pérdida de confianza el director Alejandro Madrazo Lajous, nombrando como interino a José Antonio Romero Tellaeche. Esa decisión fue impugnada por una parte del alumnado y la planta docente, que iniciaron un movimiento reivindicando la libertad de cátedra y de expresión que, consideran se ven amenazadas. El movimiento tomó vuelo después de que la FGR acusó a 31 investigadores del Conacyt de delincuencia organizada.
Como en otros temas, al presidente no le falta razón en algunas de sus afirmaciones. En la comunidad académica y científica se ha creado una élite dorada de funcionarios que ganan muy bien y viven mejor, aunque eso no significa que necesariamente sean partícipes de actos de corrupción.
Tienen acceso a salarios muy altos si se les compara con la media nacional para un profesionista, además de becas, bonos, viáticos, ingresos extra por su trabajo en la iniciativa privada u otras instituciones y organizaciones internacionales. Mucho les ha costado llegar a esos niveles, años de estudio y trabajo especializado.
Es difícil precisar cuántos han llegado ahí por su esfuerzo personal o familiar, y cuántos por la meritocracia y la lealtad a grupos de poder que ciertamente existen en todas esas instituciones. Pero antes de investigar a detalle, el sello de este gobierno es echarlos a todos y todas en el costal del conservadurismo neoliberal y agarrar corte parejo, cerrando además las vías del diálogo, que es lo que reclaman en este caso los estudiantes y profesores del CIDE.
La protesta finalmente es focalizada y no parece tener por dónde desbordarse hacia apoyos en sectores populares. Al contrario, bastaría que el presidente mostrara durante una de sus mañaneras el cheque quincenal de algún ‘machuchón’ de la academia para demostrarle al pueblo bueno y pobre, que ese privilegiado puede llegar a ganar más de cien mil pesos mientras la gente se muere de hambre.
La comunidad académica y científica sigue siendo en México un sector minoritario y en donde el presidente tiene muchos apoyos, especialmente entre aquellos y aquellas que por su trabajo, antigüedad y preparación tienen asegurados sus ingresos y pensiones holgadas o trabajo en la burocracia gubernamental ahora que están al frente.
Quienes no entran en ese rango pueden protestar y movilizarse. No son por el momento una oposición que al presidente le quite el sueño, mucho menos si con aquello que les quita, alimenta a una gran base social a partir de sus programas sociales dirigidos a los más necesitados.
Los niveles de aprobación que incluso los medios ‘conservadores’ reportan, indican que AMLO sigue gozando de grandes simpatías, aunque le urge refrendarlas porque eso es parte de su estilo personal y las necesidades de legitimación a la mitad de su mandato.
Por eso este primero de diciembre está convocando a un informe de gobierno en el zócalo capitalino. Un encuentro masivo (la cuarta ola de la Covid19 y el descubrimiento de una nueva variable son irrelevantes) en el que vuelva a demostrar que tiene el apoyo popular y la oposición sigue moralmente derrotada, numéricamente diezmada y políticamente destanteada.
Hasta hoy eso le ha funcionado y bien. En el próximo informe (ya reportan saturación de vuelos en Sonora y renta de camiones para trasladar simpatizantes al zócalo en Ciudad de México) seguramente veremos la reafirmación de esa narrativa que insiste en la descalificación del adversario, encarnado en esa minoría que se le opone por haberles quitado sus privilegios y porque quieren seguir robando.
Estudiantes y maestros de la UNAM, Conacyt y ahora el CIDE habrán de entrar al costal de esa minoría que lo seguirá siendo, mientras el gobierno siga repartiendo a nombre del presidente cientos de miles de millones de pesos para alimentar una base social mucho más amplia.
Y los cartones no parece que se vayan a emparejar al menos en el corto plazo. Mucho menos si la oposición sigue aturdida, reciclando liderazgos gastados y yendo a la zaga de la agenda que cotidianamente les marcan desde las mañaneras.
Lo más reciente que hicieron fue crear el llamado Frente Cívico Nacional, que busca competir en las elecciones presidenciales de 2024 como una nueva alianza opositora.
Pero sus integrantes fundadores son: Guadalupe Acosta Naranjo (PRD); Beatriz Pagés (PRI); Gustavo Madero (PAN); Fernando Belaunzarán (PAN), entre otros como Emilio Álvarez Icaza, Francisco Valdez Ugalde, Cecilia Soto y María Elena Morera.
Con esa oposición que tuitea muy duro y hace memes bien cabrones pero cosecha pocos votos, el presidente puede seguir durmiendo tranquilo.