CARRUSEL | ¿DE VERAS PRESIDENTA, SE ACABÓ LA CORRUPCIÓN?

Por Víctor Fausto Silva D.

Seguramente muchos de nuestros lectores recordarán que antaño, para identificar a alguien como corto de entendederas o galvanizado a la hora de admitir razones, los mayores soltaban con desparpajo y naturalidad el calificativo de que era “muy cabezón”. Medio bruto, pues, por no decir que bruto completo.

Pues bien, parece que para nuestros gobernantes –póngale usted las siglas o el color que quiera- se volvió Norma Oficial Mexicana clasificar a rajatabla a los ciudadanos como “cabezones”, incapaces de reconocer que ellos son el non plus ultra de la decencia y la eficiencia, y menos aún de agradecer que se parten el alma tratando de llevarnos al mundo rosita y casi paradisiaco donde habitan y mandan.

Como rollo de organillero, Andrés Manuel López Obrador repitió hasta el cansancio que había erradicado la corrupción, y hasta sacaba un pañuelito blanco como señal de éxito y pureza en la cruzada que se había echado a cuestas.

Ahora, doña Claudia Sheinbaum tampoco hace malos quesos, y acaba de declarar que “no entienden que ya no hay corrupción, y que ahora los recursos van al pueblo”.

Y sin embargo, parece que la escoba con la cual AMLO supuestamente barría la corrupción “como en las escaleras, de arriba hacia abajo”, quedó tan desgreñada que si acaso le va quedando el puro mango, porque cuando no brota un escándalo de manoteo por aquí, brota otro más allá.

Como fórmula para inyectar un mágico antídoto, López Obrador se apoyó en el ejército, asignándole no sólo la construcción de sus llamadas “obras insignias”, sino la administración de cuanto pudo darles, partiendo de las aduanas y los aeropuertos, identificados por el entonces mandatario como puntos de la hedionda pudrición heredada por sus antecesores.

Pues bien, parece que el antídoto perdió efectos o el enfermo terminó por agravarse con todo y el control militar. Ahí está el golpe dado por el actual régimen al mega huachicoleo de combustibles –específicamente diesel- contrabandeados desde Estados Unidos. ¿Y el supuestamente férreo control militar, dónde quedó?

No se ha vuelto a saber más -aparte de que ooobviamente detrás del millonario negocio está el crimen organizado-, pero este martes se informó sobre la detección en Tula, Hidalgo de un sofisticado sistema de “ordeña” de ductos, por el cual se extraían hasta 150 mil litros de combustibles ¡diariamente!

Y López Obrador dijo que también había acabado con el huachicol…y que había “rescatado” a Pemex, que ahora se sabe, es la empresa petrolera más endeudada del mundo.

(Hasta eso que también dijo haber rescatado a la CFE, pero ahora sus reportes contables revelan que, luego de recibirla generando ganancias, el infame Manuel Bartlett la llevó a tener pérdidas por miles de millones de pesos. Y el señor tan campante).

Luego, y en relación con el mismo tema de la corrupción inexistente, el diario Reforma le levantó las faldillas de un tipo llamado Francisco Javier Antonio Martínez, administrador de la aduana en Tampico, que según se ve, pasó campechanamente la prueba de la escoba.

Y es que según su propia declaración patrimonial, cuando entró al cargo el señor poseía dos modestas taquerías y un taller mecánico, y ahora –hay que reconocerle la honestidad de declararlo- admite que posee una flotilla de diez autos clásicos con valor de hasta 900 mil pesos cada uno, dos camionetas de lujo y dos motos Harley Davidson. ¡Y todavía los declara!

Y ahí sigue, sin que nada lo perturbe, sacrificándose por la patria.

Este martes, la Secretaría Anticorrupción (¿para qué crearla, si ya AMLO había desterrado ese cáncer?) dio por fin una débil pincelada de que algo se puede hacer, al revelar que inhabilitó a una empresa proveedora de medicamentos y prepara denuncia penal contra otra por falsificar documentos para agenciarse contratos, en el escándalo aquél donde algunitos engordaron sus billeteras a costillas del erario.

Suena bien, pero ¿y los funcionarios que orquestaron o se prestaron al trinquete? ¿Se repetirá la misma impunidad que con el Insabi, creado y eliminado después por el mismo AMLO “porque no funcionó” pero sí desapareció miles de millones de pesos?

¿Y los culpables del mega trinquete de Segalmex? ¿Estarán en su casita todavía contando fajos de billetes?

Esta semana estalló también el escándalo de Televisa Leaks, revelando cómo la televisora orquestó campañas negras para desprestigiar o “doblar” por encargo a personajes incómodos al régimen y catapultar a los afines.

Entre éstos últimos aparece el ferviente neo morenista Arturo Zaldívar, a quien -según los documentos filtrados- se le allanó a punta de golpes contra sus adversarios el camino para arribar a la presidencia de la Suprema Corte de Justicia, un “empujoncito” que luego él premió otorgando a sus patrocinadores contratos sin licitación por 60 millones de pesos.

Ahora, Zaldívar ostenta el pomposo cargo de Coordinador General de Política y Gobierno de la Presidencia, desde donde mueve los hilos para dominar plenamente al Poder Judicial empujando a sus incondicionales rumbo a la Suprema Corte y a puestos claves, cuando desde el máximo tribunal llegó a criticar como aberrante la idea de elegir a los jueces por voto popular, como se hará ahora en junio.

¡Qué pronto cambió de parecer el señor ministro! ¡Qué milagrosa conversión la suya!

Por casos así, vale la pregunta: ¿de veras, señora Presidenta, se acabó la corrupción, o somos muy “cabezones”?

No la chiflen, que es cantada…