por Víctor Fausto Silva D.
Desde siempre se ha sabido que nuestros políticos son unos magos a la hora de sacarse de la manga leyes más enredadas que una maruchán, pero también lo son en dejarle los suficientes atajos que les permitan sortear sus intrincados vericuetos para interpretarlas y/o mangonearlas. En su favor, claro está, porque aquí lo que menos cuenta es la gente.
Estamos viéndolo a nivel nacional con la legislación electoral, específicamente con la sucesión presidencial que se avecina.
Nuestros genios terminaron por deducir que los ciudadanos somos una manada de idiot@$ incapaces de valorar, discernir y decidir entre las diferentes ofertas políticas y los candidatos (as) que las representan, así que los señores legisladores se dieron a la tarea de mandarnos al kínder e imponernos desde las famosas pautas publicitarias hasta las pautas para la realización de las campañas.
Ambas terminan por ser tan absurdas como enfadosas. Las primeras porque con muchos meses de anticipación, atiborran al elector con un infame cañoneo de huecos spots que a la hora de la verdad sirven para maldita sea la cosa, ya sea porque con sólo conocer de nombre a los candidatos la gente decide si les da su voto o los manda por un tubo.
Aquí lo que realmente pesa es el sentimiento como aquél del gorrón, que habla según le haya ido en la fiesta. Los que están conformes con los gobernantes en turno seguramente serán proclives a refrendarle su apoyo, y los contrarios por su parte están desesperados por votar para asestarles sonora patada en salva sea la parte.
Y eso pasará con spots y sin spots, cuyo costo además, no sale de los bolsillos de los partidos, porque los señores legisladores decidieron que sus “tiempos oficiales” se les encasquetaran a los concesionarios de radio y televisión. Y ni qué decir de los espectaculares, las lonas, las calcomanías, la pinta de bardas y toda esa contaminación visual que nos recetan a chaleco…porque la gente es tan tonta que no es capaz de decidir por sí misma, y hay que meterle a los candidatos hasta en la sopa.
El otro absurdo radica en los periodos marcados para el proselitismo, porque ahora resulta que hay “campaña interna, precampaña, intercampaña (¡!) y campaña”, un enredo de autorizaciones y prohibiciones que no alcanzan a traducir al buen cristiano ni los propios consejeros del INE, pero durante el cual los aspirantes andan hechos la mocha pitorreándose de la ley, con más agujeros que un cerco viejo a la hora de impugnarla y saltarse las trancas.
Una vil simulación, pues, en la cual uno imagina que si los consejeros del INE fueran árbitros de futbol, terminarían con la boca como trompeta de tanto sonarle el chiflo a tanto desolotado que busca hueso.
Eso a nivel nacional, pero por acá también hace aire, específicamente con el caso de las llamadas “diputaciones indígenas”, en este caso de los distritos 20 y 21 del sur del estado, porque resulta que a como está redactada la ley, cualquier yori pasa por yoreme, primero para embolsarse la candidatura y en un descuido una jugosa dieta por tres plácidos años en el Congreso del Estado.
Porque mire usted: la ley enumera ¡once! condiciones para que alguien aspire a dicho cargo con la etiqueta de indígena, digámosle legítimo o puro de origen.
Los dos primeros serían “de cajón”: “pertenecer a la comunidad indígena y ser nativo de la comunidad indígena”.
Un tercer requisito de plano estaría en chino, habida cuenta de los naturales cambios que entre las etnias ha generado su mestizaje e incluso el abandono de sus tradiciones: “hablar la lengua indígena de la comunidad”.
Con todo eso, diríamos que está plenamente justificado el celo que el legislativo aplicó en defensa de los yoremes…de no ser porque los siguientes ocho requisitos dan al traste con los primeros:
“Ser descendiente de personas indígenas de la comunidad; haber desempeñado algún cargo tradicional; haberse desempeñado como representante de la comunidad; haber participado activamente en beneficio de la comunidad; haber demostrado su compromiso (¿?) con la comunidad; haber prestado servicio comunitario; haber participado en reuniones de trabajo tendientes a mejorar las instituciones o resolver conflictos en la comunidad y haber sido miembro de alguna asociación indígena para mejorar o conservar sus tradiciones”.
¿No es admirable lo ancho de la manga, como para que cualquier vivales se les cuele? ¿No es una chulada de vacilada y/o pitorreo, como para que cualquiera se apunte sólo porque una vez bailó como fariseo, o les ayudó a quemar las máscaras en Semana Santa “para conservar sus tradiciones?
Pero si los requisitos son una burla disfrazada, la resolución complementaria que en su momento emitió el Consejo General del Instituto Estatal Electoral no se queda atrás:
“En atención a las observaciones de las y los participantes en la consulta, considera que no es posible exigir (¡!) el cumplimiento de todos los elementos en una sola persona, por lo que considera suficiente que se acrediten al menos tres de los elementos mencionados….”
Puerta abierta, pues. Basta con decir que algún ancestro conoció al indio Cajeme, que se barrió el templo del pueblo o se alimentó a algún fariseo durante su periodo de penitencia en Cuaresma, para pasar por yoreme con legítimo derecho a ser diputado.
Faltaría, suponemos, que alguna autoridad tradicional expida el respectivo certificado, pero ¡qué tanto es tantito! cuando todavía se recuerda en Etchojoa el caso de Alí Camacho Villegas, a quien años atrás el gobernador mayo Feliciano Jocobi Moroyoqui certificó ipso facto como “hermano yoreme”, gracias a que le donó algunos sacos de cemento.
El entonces priista Camacho buscaba credenciales suficientes como para alcanzar una diputación por el PRI, y echó generosa mano de su encomienda como cabeza de la congregación “Mariana Trinitaria” para disponer y hacer caravana ajena con el cemento. El noble y altruista objetivo de una asociación civil, desvirtuado para apuntalar ambiciones personales.
Ahora, Alí Camacho lidera su propio partido a nivel estatal: el Partido Sonorense, y se impone la pregunta: ¿ya tramitaría o renovaría su certificado como indígena? Digo, no vaya a ser que le gane el tirón algún vivales, de esos que nunca faltan…
Vistas así las cosas y los casos, estimado lector, ¿a poco no son una chulada nuestras leyes y sus atajos?
¿Y los diputados? Pues ahí, buscando doctorados en marrullerías…