Bulmaro Pacheco
Ninguno trae un discurso propio ni una oferta política que emocione y convenza a la sociedad. Sin excepción -incluidos los dos personajes caricaturescos-, solo se reducen a repetir cantaletas ya muy paseadas de que “van a seguir con el proyecto de su jefe inmediato”.
Se atienen a eventos organizados -también financiados- seguramente por los gobernadores de Morena, que andan del tingo al tango asumiendo compromisos con cada precandidato y aparentando no meterse en la política sucesoria, pero utilizando todo tipo de recursos públicos y forzando a sindicatos y organizaciones paraestatales como contingentes armados para cada uno de ellos.
Las llamadas “corcholatas” despliegan espectaculares en carreteras y áreas urbanas; la mayoría disfrazados de portadas de revistas para aparentar no estar involucrados con actos anticipados de campaña. Pero en el fondo sí son ellos y sus equipos de trabajo los que financian esa propaganda. Es claro que buscan posicionar solo su nombre e imagen porque no se ve ningún compromiso que pudiera diferir de los programas de la llamada 4T y su líder máximo.
Ninguna de las “corcholatas” tiene una política propia, y la historia -caja de sorpresas al fin- parece repetirse como comedia.
A Luis Echeverría, candidato del PRI a la Presidencia de la República en 1969, por poco y le retiran la candidatura cuando en Morelia se atrevió a pedir un minuto de silencio por los muertos del movimiento estudiantil de 1968 en un evento con jóvenes universitarios. Eso incomodó al sector militar del gobierno, que se quejó con el presidente Gustavo Díaz Ordaz quien a su vez transmitió su queja al PRI.
Alfonso Martínez Domínguez, a la sazón dirigente nacional del PRI, comentaba que se vivieron momentos muy difíciles entre el presidente de la República y el candidato a la Presidencia, que llevaron incluso a pensar en el “cambio de candidato”. Posteriormente Luis Echeverría habló con el presidente Díaz Ordaz y las cosas no pasaron a mayores.
Muchos sostienen que Luis Donaldo Colosio selló su suerte política con el discurso pronunciado el 6 de marzo de 1994 en el monumento a la Revolución, donde expresaba que el pueblo tenía “hambre y sed de justicia”, y denunciaba una serie de carencias sociales que no habían sido resueltas a satisfacción por el nuevo estilo de gobierno del presidente Carlos Salinas de Gortari.
Ese discurso generó tensiones con miembros del gobierno salinista, pero a partir de ese mensaje, Colosio creció como candidato, se calmaron los rumores que hablaban del relevo de candidato, amainaron las turbulencias generadas por el nombramiento de su competidor Manuel Camacho Solís como responsable de la paz en Chiapas -con quien llegaría a acuerdos en marzo- y su campaña parecía retomar el rumbo de la victoria. Por esas fechas, Colosio superaba por 20 puntos a su más cercano competidor Diego Fernández de Cevallos (PAN) y por más todavía a Cuauhtémoc Cárdenas (PRD).
Colosio fue asesinado el 23 de marzo de ese año y todavía algunos señalan a las circunstancias y tensiones derivadas del discurso del 6 de marzo entre los factores que provocaron el crimen.
Felipe Calderón, como secretario de Estado en el gobierno de Vicente Fox, tuvo opiniones disidentes del gobierno federal y adelantó sus labores de proselitismo en Jalisco, lo que contribuyó a la incomodidad presidencial y a su obligada renuncia del gobierno como secretario de Energía.
Calderón -con el apoyo del PAN- se impuso finalmente en una interna partidista al candidato de Vicente Fox en el 2005.
Enrique Peña Nieto nunca tomó en serio el manejo de su propia sucesión. Tampoco tuvo cartas fuertes que emocionaran al priismo y a una parte importante del electorado. Alargó los plazos y los tiempos y al final el proceso se le hizo bolas, por lo que cedió a las presiones de que postulara a alguien con un perfil “ciudadano no priista” y postuló a José Antonio Meade. Un buen hombre, sin duda, pero no para los tiempos de un México irritado por las denuncias de corrupción de un gran número de gobernadores y de la frivolidad, excesos del grupo y la familia presidencial, como se demostraría después. Con ese tremendo desdén y la ligereza al abordar los asuntos políticos, Peña Nieto mandó al tercer lugar de las preferencias al PRI en la elección del 2018.
Tanto Echeverría como Colosio y Meade (no así Calderón ni Josefina Vásquez) fueron candidatos derivados de la decisión del presidente de la República en turno, en esa histórica actitud política -al parecer universal- de heredar sucesor en el poder.
Los tiempos y los hechos recientes indican que ahora la decisión sucesoria no será la excepción desde el gobierno y el partido en el poder, como ha sido históricamente a pesar de las transiciones.
El presidente López Obrador -y solo él- decidió quiénes, cuántos y cuándo deberían participar. ¿Por qué no se abrió en Morena libremente la inscripción como se hizo en el Frente Amplio?
López Obrador decidió también el método y las formas de llevar el proceso que según consta culminará el próximo 6 de septiembre tras seleccionar vía encuesta (sic) a quien a partir de esa fecha se hará cargo de coordinar la defensa de la “cuarta transformación” (sic).
Resulta difícil pensar que con los recorridos por el país de los seis aspirantes la gente pueda captar un mensaje diferente o un cambio de dirección de un proyecto que, en los hechos, no ha funcionado para la mayoría de los mexicanos que demandan un cambio.
¿Simulación entonces? No queda otra más que calificar así el proceso interno de Morena, porque está muy claro que quien decidió el método y escogió los nombres también será quien decida el quién y el cuándo.
Por eso están muy duros los ataques desde el poder presidencial y con toda la fuerza del Estado contra cualquiera que aspire a ser candidato(a) de las oposiciones. Los de la auto llamada 4T creen que fueron electos para la eternidad -así de merecedores se sienten-, y no cambian de discurso acusando a “los que quieren volver”, “los que saquearon a México” o a “los conservadores de siempre, que acechan y quieren detener la transformación” (sic) Pseudología política básica.
No veamos muy distantes los ejemplos de los modelos autócratas en distintas partes del mundo, que llegaron al Poder como una novedad política enarbolando el beneficio de la gente y derivaron después en concentraciones de Poder -con intenciones de perpetuarse-, y que han limitado la participación y las libertades que tanto costaron.
En el caso de México, aún estamos a tiempo de defender la libertad, los derechos fundamentales y el derecho de la gente a modificar sus gobiernos a través del mecanismo más cercano y útil para procesar el conflicto y la polarización: Las elecciones.