por Arturo Soto Munguía
Una pieza le faltaba a Andrés Manuel López Obrador para dominar todo el tablero político del país y ya la tiene: la presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Con Lenia Batres Guadarrama se cierra la operación que comenzó con Adán Augusto López en la coordinación parlamentaria del Senado y Ricardo Monreal en la de la Cámara de Diputados y siguió con Luisa María Alcalde en la dirigencia nacional de Morena, el partido gobernante y el más poderoso, donde comparte créditos Andrés Manuel López Beltrán.
No es casual que después de ocho meses de retiro voluntario y total de la vida pública, el expresidente reapareció en Palenque, Chiapas donde acudió a depositar sus votos para la renovación de la mitad del Poder Judicial, donde dijo y repitió -para que no quedara duda- que “tenemos la mejor presidenta del mundo”.
Fuera de los círculos de Morena y sus aliados, donde se ha desbordado el júbilo y se ha instalado la narrativa del inicio de una nueva era en el sistema judicial mexicano, más democrático, más independiente, más profesional, más imparcial, hay una sombra de preocupación en la oposición por el rumbo que están tomando las cosas en lo que consideran la acumulación desmesurada del poder y la centralización del mismo.
La elección de ayer dejó varias lecciones en ese sentido. Morena y sus aliados están decididos -y tienen con qué hacerlo- a consolidar con Claudia Sheinbaum lo que llaman el segundo piso de la cuarta transformación, un fin que se han puesto como consigna sin importar los medios.
La preocupación opositora, sin embargo no debería ser esa, sino el lastimoso estado en que políticamente se encuentran, haciendo de la ausencia su principal estrategia de resistencia: ceder la cancha, quedarse en los vestidores victimizándose, o peor aún, celebrando como grandes victorias morales el escarnio de los memes, “la chinga que le pegamos a la “Zopilota” y el “Chocoflan”, como despectivamente llaman a Beatriz Gutiérrez Müller, la esposa del expresidente y a su hijo Jesús Ernesto, cuyo cumpleaños 18 fue el que más celebraron porque ahora sí se pueden dar vuelo en las hipérboles sobre su físico sin que los acusen de violentadores de las infancias. Qué gran victoria moral. No les sirve para ganar un solo voto, pero qué bien se sienten ensañándose con el joven.
A veces siento que todas esas cuentas que se ceban en la humanidad del muchacho -y de otros personajes blanco de los denuestos más despiadados- en realidad trabajan para el aparato de propaganda del gobierno y de Morena, con un bien medido cálculo de que los ‘ingeniosos’ escarnios mantienen entretenido a un considerable sector de la oposición, refocilándose entre ellos con sus geniales ocurrencias mientras el gobierno y su partido avanzan sin prisas, sin pausas y con un chingo de dinero en el terreno donde están los votos.
Para los fines de la hegemonía morenista, es bastante redituable mantener a sus adversarios enfrascados en cerrada competencia para ver quién hace el mejor y más divertido meme, quién lanza el anatema más demoledor e ingenioso.
Porque sin contrapesos institucionales reales -que solo surgen de los votos que la oposición no tiene, suficientemente- el gobierno puede sacar adelante faenas como la de ayer, donde tuvieron la cancha solo para ellos. Hagan de cuenta lo que ayer mismo hizo el Cruz Azul con el Vancouver para ganar el campeonato de la Concachampions frente a un equipo absolutamente ingenuo (por no decir más feo) en la defensa, y totalmente desprovisto de ideas en el eje de ataque. Los ‘Chemos’ le metieron 5 a 0 a los canadienses.
Parábolas futboleras aparte, el hecho cierto es que el gobierno tuvo para sí la oportunidad de hacer pasar la elección judicial como un ejercicio democrático en el que por primera vez el pueblo de México eligió a sus funcionarios judiciales, lo cual es, como dijo la presidenta, mucho mejor que aquel episodio en que Zedillo destituyó a todos los ministros de la SCJN y nombró a los nuevos. ¿Que hubo una más que precaria asistencia a las urnas?, cierto, pero será mejor que uno, dos o diez millones de mexicanos elijan a sus funcionarios judiciales, a que sea la presidenta o los senadores quienes lo hagan.
Con esa lógica aplastante, el fin justifica los medios. La elección -no se puede tapar el sol con un dedo- fue un amplio catálogo de prácticas ilegales y/o inmorales: acordeones, inducción del voto, control de los centros de votación por parte de militantes o funcionarios públicos -porque la oposición, bien opositora, abdicó de su derecho a hacerse presente en esas mesas- acarreo, compra de votos, uso coercitivo de los programas sociales y en fin, todo aquello contra lo que la izquierda luchó por tanto tiempo pero hoy justifica como medios para lograr ese fin que es el del segundo piso de la cuarta transformación.
Todo eso, sin contar las escenas propias del surrealismo político mexicano documentadas y difundidas en redes sociales y medios tradicionales, de personas -en su mayoría de la tercera edad- que fueron a las urnas sin tener la más remota idea sobre lo que estaban haciendo. Varios fueron los testimonios en el sentido de que no le entendieron a los acordeones, menos a las boletas.
Y no es para menos. Este comicial tundeteclas que se presume informado tardó 21 minutos en revisar los nombres en las diez boletas electorales, tratar de ubicar candidat@s conocid@s, enterarse de qué Poder de Estado los había propuesto (cosa importante considerando el polémico -por decir lo menos- proceso de selección) y optar por favorecer, anular, descartar o mentarle la madre a algún(a) candidat(a).
Gajes de la democracia.
Y no. Wey, no, el épico abstencionismo en este proceso no se debe a los llamados de la oposición, sino al hecho cierto de que hasta ahora, lo que suceda o deje de suceder con el Poder Judicial al grueso de la población le importa una pura y dos con sal.
En descargo, y si de victorias morales hablamos, hay que apuntarle una al morenismo: de aquí en adelante irá creciendo el número de mexicanos que consideren importante elegir a los funcionarios del Poder Judicial, ese que tan poco protagonismo mediático-electoral tuvo en el pasado.
Colofón
Hay que apuntarle otro punto al aparato de propaganda gubernamental que, no tengo pruebas pero tampoco dudas, sigue controlando AMLO a través del jefe de asesores de Claudia Sheinbaum y en su momento, jefe de prensa del propio AMLO, Jesús Ramírez Cuéllar.
Victimizándose en los vestidores antes del partido, la oposición y sus voceros más conspicuos aseguraban que AMLO no aparecería públicamente y hasta lo retaban a salir (a regresar de Cuba o de Rusia donde según ellos estaba escondido) y presentarse para validar la reforma judicial que él mismo propuso.
Pero apareció, y sí se veía más jodidón, la neta, pero será porque ya no trae el equipo de maquillistas que ni siquiera en sus momentos estelares le pudo esconder el tutupiche generador de tantos memes y teorías conspiratorias (está enfermo y se va a morir, decían).
Reapareció en Palenque, y en Ciudad de México aparecieron su esposa y su hijo menor.
Uf, la oposición los hizo trizas. Acabó con ellos. Los pendejeó, los ridiculizó, se burló de su aspecto, les mentó la madre, pidió que los mataran (en serio, hubo quién pidió que los mataran y lo tengo documentado): pendejos, huevones, ignorantes, codos prietos, corrientes, simios, fueron algunos de los epítetos más repetidos en las benditas (malditas) redes sociales.
Sirva esto para retomar la metáfora futbolera, pero AMLO entró a la cancha cuando la oposición estaba engranada documentando las triquiñuelas de la elección, y le ‘jaló toda la marca’ a la presidenta; dejó que el equipo contrario se distrajera en la confección de memes sobre su persona y su familia y se anotara otra victoria moral en redes sociales, divirtiéndose mucho con la obesidad del “Chocoflan” mientras el gobierno les metía un 5 a 0 como el PSG al Inter o el Cruz Azul a Vancouver, ese equipo tan ingenuo en la defensa y tan carente de ofensiva…