Por: Arturo Soto Munguía
Rayaba el alba en la bucólica paz de un pueblito del norte del estado donde pernoctamos en una visita familiar, cuando la alarma del whatsapp interrumpió mi sueño: la cuenta de Twitter @Chaposoto estaba suspendida, me avisaba una cibernauta amiga.
Confirmé el dato y rápidamente me fui a investigar las posibles causas. Lo único que encontré fue un aviso de la compañía recién adquirida por el magnate Elon Musk sobre un inicio de sesión desde un dispositivo nuevo ubicado en Culiacán, Sinaloa, y me pedía, si no había sido yo el responsable, cambiar la contraseña y revisar las apps que tienen acceso a esa cuenta. Lo hice, pero la cuenta siguió suspendida.
Me pidieron enviar una apelación si consideraba que habían cometido un error y les envié tres. La cuenta sigue suspendida.
Con el cambio de contraseña me llegó otro aviso confirmando la suspensión bajo el argumento de que había violado las reglas de Twitter (spam, abuso, incitación a la violencia, amenazas, etc.,).
Recordé que hará unos tres años sucedió lo mismo. Suspendieron la cuenta pero me explicaron que se debía a un tuit amenazante, solicitando que lo eliminara. Lo hice e inmediatamente la cuenta fue restablecida.
El citado tuit amenazante era uno en el que le respondía a conocido tuitero que me estaba aplicando bullying por alguna de esas razones que suelen inspirar en esa bonita red social cualquier cantidad de debates chuscos (otra derrota de Pumas, por ejemplo). Le respondí que lo iba a matar a puñaladas con un plátano macho y eso fue interpretado como una amenaza, aunque la agresiva lectora, el pacifista lector estará de acuerdo que con un plátano macho no se apuñala a nadie, salvo en sentido metafórico.
El punto es que eliminé el tuit y me devolvieron inmediatamente la cuenta.
Hace como un mes me la aplicaron de nuevo. El motivo, una imagen del conflicto bélico en Ucrania con un comentario maldiciendo a los señores de la guerra. También lo eliminé y santo remedio.
Pero esta vez no explicaron nada, simplemente la suspendieron así que ahpi voy a revisar mi TL para encontrar algún tuit que pudo haber lastimado la hipersensibilidad de los administradores de esa red social.
Encontré dos: un comentario a un video donde un presunto sicario le perdona la vida a un comandante de la Marina en algún pueblo de Guerrero, aduciendo que eso fue gracias a que ‘su mando’ (el presidente municipal allí presente) había intercedido por él, que si no, lo hubiera colgado de un puente. Yo no difundí el video propiamente, solo comenté lo terrible de esa estampa.
Y uno más, con la imagen de la pequeña Alison, una bebé robada en Nogales, que ilustraba la Alerta Amber difundida por la Fiscalía estatal.
Si alguno de esos tuits acreditó para los administradores una ‘conducta reiterada’, pues tendrían que haber suspendido cientos, si no es que miles de cuentas, porque ambos casos fueron virales.
El tema de fondo aquí no es mi cuenta, sino algo más grave: la censura. Y no menos grave, la autocensura que deviene cuando no se tienen claros los criterios de quien tiene el poder para suspender las cuentas.
Criterios raros, por cierto, ya que particularmente en Twitter hay miles, si no es que millones de cuentas bots o trolls que se dedican permanentemente al denuesto, la infamia, la mentira, las fake news, el insulto. En los casi doce años que tengo activo en esta red social, he bloqueado a unas dos mil cuentas de ese tipo, para que se den una idea.
Por cierto, fui de los que aplaudió cuando Elon Musk anunció, tras adquirir Twitter que una de sus primeras acciones sería ‘limpiar’ la red de esas cuentas que enrarecen, por decirlo amablemente, la conversación pública y con las que estaría mostrando mucho más condescendencia, aunque eso ocurría desde antes.
El punto es que ante la vaguedad, y sobre todo la unilateralidad de esos criterios para determinar quién se queda y quién sale de la red, lo que prima es esa sensación muy noventera (y anterior) de redactar de puntillas para no despertar la ira de los editores y directivos de medios, que solían tener, como se dice en la jerga, la bacha por donde no quema.
Y el éxito de las redes sociales devino precisamente de la superación de esa ominosa práctica de censura (que deriva en autocensura), pues se suponía que con ellas llegaba la apertura, la democratización de la información y la oxigenación de las libertades. Al parecer estamos volviendo atrás y mañana le puede tocar a cualquiera.
Por si algo faltaba en este negro domingo, ya por la tarde las Chivas Rayadas le pegaron una goleada de 4 a 1 a mis alicaídos Pumas, lo que ya de plano me hizo dudar entre cortarme las venas o dejármelas largas.
En fin, mientras se resuelve el asunto, los y las invito a seguirme en la cuenta @ElZancudoNews.
¡Ánimo!
II
Pero para que vean que no todo son malas noticias, hay que reconocer una de cal entre tantas que van de arena para la Fiscalía estatal, que se anotó un sonoro éxito en la localización de la pequeña Alison, una bebé de 44 días de nacida, raptada en Nogales y encontrada en Agua Prieta en menos de 24 horas.
El caso fue terrible, por la trama descubierta: una mujer que planeó fingir un embarazo para retener a su pareja, se asoció con otras dos para robar a un bebé; encontraron a una mujer que recién había dado a luz, se ganaron su confianza y terminaron drogándola a ella y a su madre para robarles a la pequeña después de abandonarlas atadas en su domicilio de La Mesa, en Nogales. Posiblemente por la ingesta de drogas suministradas en los alimentos que les ofrecieron las presuntas responsables, la madre de la pequeña falleció, por lo que ahora también enfrentarán cargos por feminicidio y tentativa de feminicidio, además de robo agravado y privación ilegal de la libertad.
La pequeña Alison ya está con su abuela, que hoy enfrenta el drama de sacarla adelante junto a otras dos de sus hermanitas que también quedaron en la orfandad tras esta terrible tragedia, en la que debe reconocerse la premura y la eficacia con la que actuaron las autoridades.
III
Y para seguir con las buenas, iniciaron ya los trabajos de construcción de la planta fotovoltaica en Puerto Peñasco, cuya primera etapa concluirá en abril del año que entra y que está proyectada como la más grande de América Latina y la séptima a nivel mundial.
En esta planta se invertirán mil 644 millones de dólares para beneficiar a 1.6 millones de consumidores de electricidad. Estará construida sobre dos mil hectáreas, pero en las 240 hectáreas de la primera etapa se instalarán inicialmente 279 mil paneles solares.
La empresa responsable de la obra es Seselec, cuyos representantes Vladimir Ortega y Jesús Franco acompañaron el viernes al gobernador Alfonso Durazo en un recorrido por los trabajos iniciales, proyectados para concluir en su totalidad en el año 2027.
Se trata de una inversión público-privada en que la CFE es accionista mayoritaria (54%), y el gobierno de Sonora tendrá participación con el 46%.
De acuerdo con los datos disponibles, los recursos para esta megaobra provienen de un crédito de la agencia sueca EKN en un 75%, y el resto será financiado mediante bancas de desarrollo con tasas de interés inferiores a las del mercado.