Por: Arturo Soto Munguía
Así se llama un breve cuento de Gabriel García Márquez que con su magistral narrativa nos lleva por el verano pegajoso de un pueblo tropical donde el tiempo transcurre en la monotonía bucólica en que los hombres pasan las tardes en el billar, jugando y escuchando en la radio de ese mismo local las transmisiones de los juegos de beisbol.
Cuenta la historia de Dámaso, un joven casado con Ana, una mujer que le mantenía hasta su compulsiva afición al tabaco. También le daba para los tragos y para ir al cine.
El muchacho, que evidentemente no había nacido con vocación o destreza alguna para el trabajo, tampoco estaba conforme con esa vida, así que cierta noche decide que puede entrar a robar el billar y así lo hace. Pero regresó a casa a la media noche sin más que 25 centavos en la bolsa y las tres bolas de billar envueltas en una franela roja.
Ana lo reprende porque anticipa un mega mitote en el pueblo y porque además las bolas no tenían más valor allí que el de la prueba del hurto.
El despertar del día siguiente en el pueblo es un escándalo. Todo mundo hablando del robo, arremolinados fuera del establecimiento donde alguna voz aventuró la idea de que antes vio a un forastero en el pueblo y pudo haber sido él quien se robó las bolas de billar.
-Tuvo que ser, en este pueblo no hay ladrones, dijo una mujer en la pequeña multitud.
Días después aprehendieron a un negro en el cine, la policía lo cosió a madrazos y lo llevó preso. En vez de ser un alivio para Dámaso fue peor. Ahora no sabía qué hacer con las bolas porque en el pueblo no las podía vender. Pensó en ir de pueblo en pueblo, robando bolas de billar en uno y vendiéndolas en otro y así hasta amasar una fortuna.
Pero Dámaso no tenía dinero para viajar y Ana no quiso prestarle, ni siquiera con la amenaza de que la abandonaría, como de hecho lo hizo hasta que se le acabaron los cigarros y tuvo que volver a casa porque podía dejar de beber y de comer, pero no de fumar.
La policía supo que no fue el negro quien robó las bolas de billar, porque esa noche había estado con una prostituta, misma que, amenazada con ser llevada presa les dio 20 pesos a los agentes y el crimen quedó resuelto.
Pero las bolas de billar estaban enterradas bajo la cama de Dámaso. Una noche, después de haber bebido de más y atormentado por la culpa, decidió que lo mejor era ir a regresarlas. Su mujer trató de impedírselo porque lo más seguro era que lo atraparan. Esa noche la luna alumbraba las calles del pueblo como si fuera de día, pero Ana no pudo detenerlo ni a la fuerza, ni diciéndole que ella iría a regresarlas y se echaría la culpa; finalmente estaba encinta y no podrían ponerla en el cepo. Todo con tal de no perder a Dámaso.
Pero fue imposible detenerlo.
Eres un burro. Lo que Dios te dio en ojos te lo quitó en sesos, le dijo.
Dámaso regresa al billar esa noche llevando las bolas y es sorprendido por el dueño, don Roque, quien amenazándolo con una barra le exigió que devolviera también los 200 pesos que había en la gaveta.
-Usted sabe que no había nada, le dijo Dámaso.
Don Roque siguió sonriendo.
Había doscientos pesos -dijo- y ahora te los van a sacar del pellejo, no tanto por ratero como por bruto.
Ahí termina el cuento de García Márquez.
Y me vino a la memoria porque ayer, el presidente López Obrador parafraseó su título para defenderse de las acusaciones que siguieron a la saga de la ‘casa gris’, ahora con el presunto desvío de miles de millones de pesos en diversas dependencias de gobierno federal auditadas por el ISAF.
Ya no es como antes, dijo el presidente. Y agregó: en este gobierno no hay ladrones.
No sé si el presidente leyó el cuento del colombiano o nomás se acordó del título. Creo lo segundo. Si lo hubiese leído sabría que es una mala referencia. Que cualquiera que sí lo haya hecho sabrá que en el pueblo retratado por García Márquez no solo había ladrones, sino también corruptos y gandallas.
De Dámaso mejor ni hablamos.
II
Un viejo conocido de Morena Universitaria ha reaparecido por algunas dependencias estatales levantando algo más que suspicacias, pues hace mucho se distanció del proyecto de nación que encabeza Andrés Manuel López Obrador, y al parecer ahora quiere volver por la puerta grande.
Quienes lo han escuchado aseguran que presume de ese regreso fincada su expectativa en las buenas relaciones que aún mantiene con aquellos que hicieron posible el triunfo de Morena en Sonora. El anunciado triunfal regreso ha generado molestias en algunos morenistas porque, dicen, no viene en plan de aportar, sino de hacer negocios.
Se trata del maestro universitario Leonardo Félix Escalante que durante una parte del boursismo firmó como director de Radio Sonora, y en el sexenio de Claudia Pavlovich se desempeñó como secretario particular y súper asesor del director del Isssteson, Enrique Claussen Iberri.
Es en las oficinas donde se le ha visto, dicen que presume sus contactos no en el área de salud o radiodifusión, sino en la proveeduría de alimentos para los Ceresos, una veta más que generosa para los negocios.
Conocemos al maestro Félix Escalante y, aunque hace muchos años no tenemos contacto, desconocíamos su incursión en esa área de oportunidad, aunque todo puede suceder; el problema es que esta versión ya ha generado molestias entre militantes que tienen años en la brega y ya varios meses con el currículum bajo el brazo esperando un llamado para incorporarse al proyecto transformador de Sonora, sin que sean tomados en cuenta.
Vamos a consultar algunas fuentes allá enfrente de la Unión Ganadera Regional para corroborar algunos datos y saber de qué va la cosa.