Diez días apenas van del nuevo año y en Sonora sumamos ya 4 mil 163 nuevos casos de Covid19, más los que se acumulen en lo sucesivo.
No, por ningún lado que se vea, este ha sido un arranque de año que se acerque siquiera al más modesto de los parabienes por los que brindamos al despedir un 2021 fatídico. Si aplicásemos las cabañuelas considerando no el clima, sino los contagios, el reporte de estos primeros diez días proyectarían un 2022 lúgubre, por decir lo menos.
1 de enero: 201 nuevos casos y una defunción.
2 de enero: 68 nuevos casos y una defunción.
3 de enero: 129 nuevos casos y dos defunciones.
4 de enero: 349 nuevos casos y dos defunciones.
5 de enero: 639 nuevos casos y una defunción.
6 de enero: 696 nuevos casos y una defunción.
7 de enero: 669 nuevos casos y una defunción.
8 de enero: 762 nuevos casos y una defunción.
9 de enero: 306 nuevos casos y una defunción.
10 de enero: 344 nuevos casos y ninguna defunción.
En total, 4 mil 163 nuevos casos.
En el plano nacional la cosa no pinta mejor. Los últimos días se han reportado cifras superiores a los 30 mil contagios cada 24 horas. La cuarta ola llegó a México como un tsunami y si bien la letalidad ha disminuido considerablemente, ya por las vacunas, ya por los tratamientos probados, ya por la atención oportuna, los estragos en la vida productiva, académica y social son devastadores.
Escribimos estas líneas desde el confinamiento obligado al que nos remitió la enfermedad, inopinadamente pescada ‘gracias’ a una persona que acudió a visitar esta su humilde casa después de una navidad celebrada en la acogedora calidez del hogar, precisamente para no andar exponiendo el físico al veleidoso bicho.
Pero las cosas pasan y como bien dice el refrán, de donde menos se espera salta la liebre. Afortunadamente los síntomas han sido prácticamente imperceptibles y ya vamos de salida, pero decenas de familiares, amigos y conocidos no pueden decir lo mismo.
La confinada lectora, el convaleciente lector no me dejarán mentir: hubo días en que la cantidad de casos reportados en redes sociales daban la impresión de que las nuevas variantes de la cepa maldita estaban pegando más fuerte que en sus primeras oleadas, y apretando el cerco incluso contra quienes conservábamos el invicto de manera más o menos decorosa.
Ya no. El virus ha llegado a las oficinas gubernamentales, a las empresas de todo tamaño; está en los centros comerciales y en cualquier sitio. Menos letal, cierto, pero más contagioso.
Y en ese contexto el presidente de la República arengaba en las últimas semanas instando al regreso a clases presenciales, sobre todo en las universidades, donde hoy el personal académico, administrativo y manual, así como los estudiantes mantienen muchísimas reservas a propósito de un regreso seguro a las aulas.
Pero si el mismísimo presidente anunció ayer su condición de contagiado (por segunda ocasión) de Covid19 ¿qué pueden esperar alumnos y maestros en planteles que están lejos de cumplir protocolos mínimos de seguridad?
El regreso a clases presenciales, que involucra no solamente a las escuelas, sino la intensa reactivación de la movilidad urbana y potencia el riesgo de contagios incalculablemente parece el camino más corto a la llamada inmunidad del rebaño, aquella inicial idea con la que se estrenó el ahora conocido como Doctor Muerte, Hugo López Gatell, cuando planteaba que era preferible una gran cantidad de infectados en las escuelas.
Después de casi dos años de pandemia y más de 300 mil muertos parece que la apuesta sigue siendo esa, en medio de una estrategia de prevención que ha ido de tumbo en tumbo y que terminó saturando clínicas y hospitales, provocando una crisis de salud descomunal que se agrava con la falta de reactivos para pruebas y medicamentos, sin contar los desbarres en las áreas de comunicación donde también parecen traer la brújula perdida.
Entre spots de botargas promoviendo el consumo de frutas y verduras y yerros garrafales como incluir la vasectomía como refuerzo gráfico para ilustrar propaganda oficial de la secretaría de Salud federal sobre prevención de la Covid19, las políticas del gobierno en la materia rayan en lo hueco, por no decir en lo demencial.
En Ciudad de México, por ejemplo, epicentro de la pandemia, la jefa de gobierno llamó a no hacerse pruebas sino a confinarse ante la sospecha de contagio por la aparición de cualquier síntoma parecido a los de la gripe. Muy pocos, sin embargo están dispuestos a acatar la instrucción, comenzando por el mismísimo presidente de la República que todavía el lunes apareció sin cubrebocas en la mañanera, después de encabezar la reunión del gabinete de seguridad y luego de sostener reuniones con sus secretarios y secretarias. López Obrador ya estaba contagiado y presentaba síntomas cuando sucedió esto, y horas más tarde confirmaba el positivo a Covid19.
La posibilidad de salir pronto de esta pesadilla aparece así, cada vez más lejana.
II
El año no comenzó bien tampoco en seguridad pública. En Sonora, Cajeme, Guaymas y Caborca siguen siendo focos rojos en ese rubro. Esos municipios, y otros, empezaron el año tal y como lo terminaron: reportando balaceras, enfrentamientos y asesinatos a diestra y siniestra.
Así como no hay estrategia para frenar la pandemia, tampoco parece haberla para poner un alto a la escalada de violencia que recorre el país, desde Chiapas hasta Baja California, pasando por Veracruz y Zacatecas donde no cesan las masacres.
La primera columna de este año debería ser una llena de buenaventura. La realidad, sin embargo, se empeña en no dejar una sola ranura por donde se filtre la luz de la esperanza.
Tenemos frente a nosotros un año nuevecito, con sus hojas en blanco y la pluma lista para escribir limpiamente las mejores historias. Lástima que haya tantos codos rozando el tintero. Lástima que los mexicanos estemos atrapados entre la espada de la violencia y la pared de la pandemia.