EL ZANCUDO | Por Arturo Soto Munguía
Es ocho de marzo y las mujeres volvieron a tomar las calles del país. Con su rabia a cuestas, con los siglos de opresión, discriminación, acoso y marginación; ya sin otra mejilla qué poner y con las carga de sus once muertas diarias en el país fueron de nuevo una marejada de protestas.
De un tiempo a la fecha, las mujeres se han convertido en la única fuerza a la que el poder gubernamental teme. No es gratuito que en la Ciudad de México, el Palacio Nacional haya sido fortificado con un infranqueable valladar de hierro (de miedo).
Y es que no hay otro movimiento social tan inaprehensible y tan inatacable como el feminismo.
Ubicarlo como un movimiento de derecha no solo es una pésima interpretación política; ubicarlo a la derecha es cuando mucho una cada vez menos creíble justificación para que un gobierno que se suponía aliado se distancie de ellas poniendo en medio un muro de hierro cada vez más alto y más fuerte; un contingente de policías y soldados cada vez más numeroso y nubes de gas pimienta.
Por muchas razones es también inatacable. Se pueden condenar los actos vandálicos en que algunos grupos manifestantes operan al amparo de la multitud, pero esa condena palidece si viene de quien no ha sido violada, abusada, acosada.
¿Qué le dices a la madre que raya una pared o la derriba, que incendia una puerta después de pasar por el trance de reconocer a su hija en la morgue, de la desesperación de las familias que no encuentran a sus niñas, adolescentes, mujeres desaparecidas; de las que recorren el país con las uñas ennegrecidas escarbando la tierra para encontrarlas? ¿Qué con las víctimas de la violencia vicaria?
A estas alturas de la violencia en el país, y especialmente de la violencia machista, el movimiento feminista tampoco puede ser encasillado a la izquierda, por eso es difícil de conceptualizar a la hora de las definiciones políticas. Porque la violencia nos ha alcanzado a todos y a todos, sin distingo de ideologías, credos, preferencias o posición económica.
En la calle se han encontrado las madres buscadoras con las burócratas acosadas; las trabajadoras de la maquila con las maestras y las estudiantes; las abuelas de la periferia con los grupos que componen la diversidad sexual. Cada una tiene su historia y su razón de estar y de ser ahí.
En la marcha de Hermosillo hay caras nuevas, y faltan otras que antes estaban y ya no están, pero no porque hayan sido víctimas de lo que se reclama en la manifestación, sino porque su carrera política las ha llevado del otro lado, el de la mesura y la condescendencia, el del festín de las cifras alegres y las ponderaciones de lo bien que hoy como gobierno están haciendo las cosas en favor de las mujeres.
Pasaron en un santiamén del “Vamos a quemarlo todo” al “Vamos a venderlo todo” y la rebeldía tomó forma de un tianguis del ‘emprendedurismo’ doméstico donde las mujeres tienen la opción de vender sus artesanías y manualidades; ropa, cosméticos, conservas, mermeladas, salsas y cualquier otra cantidad de mercancías para ayudar a la economía familiar. O para sostenerla, en muchos casos.
En Hermosillo los palacios de gobierno, el estatal y el municipal no se rodearon con vallas, sino con decenas de esos changarros semifijos donde no hay muchas alusiones a la primera gran manifestación de mujeres obreras textiles el 8 de marzo de 1857, en protesta por las míseras condiciones laborales y salariales en que desarrollaban sus trabajos y que dio pie a tomar este día como referencia para la conmemoración de esa fecha. Tampoco a lo ocurrido años más tarde, también en marzo pero de 1911 cuando 123 mujeres y 23 hombres murieron en el incendio de una fábrica de camisas en Nueva York.
Las referencias no están afuera de palacio, no. Allí están mujeres que buscan el sustento comercializando sus productos y que de acuerdo al nuevo diccionario de las definiciones sociopolíticas podrían fácilmente denominarse como aspiracionistas. Vaya, atendiendo uno de esos changarros estaba hasta quien fuera directora del Instituto Sonorense de la Mujer en el sexenio pasado, Blanca Saldaña.
Las referencias históricas estuvieron en el patio central de Palacio de Gobierno. Allí se dieron cita las mujeres que ocupan los cargos más relevantes en la burocracia estatal: Mireya Scarone, del ISM; María Dolores del Río, secretaria de Seguridad Pública y Claudia Indira Contreras, fiscal estatal; Lorenia Valles Sampedro, directora del DIF Sonora. Representantes del Poder Legislativo y el Judicial, la secretaria de Turismo, la de Desarrollo Social…
Allí sí se habló de los datos y las cifras, los programas de atención a las mujeres en todos los ámbitos de su vida, señaladamente en los que tienen que ver con su seguridad, con la violencia familiar, con los apoyos para iniciar sus negocios, con la atención a víctimas. De todo lo que se ha avanzado y de lo que falta por hacer.
En la Ciudad de México también hubo un encuentro de mujeres con el presidente de la República. Notable, que entre las tres mujeres que hicieron uso de la voz en ese evento estuviera una sonorense.
Fue Rosangela Amayrani Peña, diputada federal hermosillense quien hizo el repaso del papel que las mujeres han desempeñado a lo largo de la historia aportando su legado a su empoderamiento.
Amayrani, quien compitió por la diputación federal en el distrito 3 como suplente en la fórmula que encabezó Lorenia Valles, compartió el foro nada menos que con la esposa del presidente, Beatriz Gutiérrez Müller y la secretaria de Seguridad federal, Rosa Icela Rodríguez.
Y digo que es notable, porque en los usos y costumbres de la clase política mexicana, compartir el foro con el presidente es un privilegio que se disputan con uñas y dientes más de cuatro, así que algo debe traer en la bola la joven diputada federal.
II
La conmemoración del 8 de Marzo tuvo dos campos: el oficial, donde primó el recuento de logros y el despliegue de expectativas sobre el futuro cada vez más promisorio para las mujeres en los tiempos de la cuarta transformación, y el no oficial, que se desarrolló en las calles.
En Hermosillo, se registró una marcha de las más nutridas de los últimos años. Diversa y rebelde, contestataria y arrojada, concluyó con un mitin en la explanada del Poder Judicial, donde las mujeres dieron rienda a la rabia contenida y a nombre de las muertas y desaparecidas, de las violadas y acosadas, discriminadas y olvidadas, hicieron pintas en paredes y banquetas, quemaron la puerta de ese edificio.
En Ciudad Obregón hicieron lo propio. El Palacio Municipal fue apedreado y varios vidrios de sus ventanales volaron en pedazos.
¿Reprobable?
Bueno, me quedo con la voz de una mujer, la colega y amiga Solangel Ochoa quien, ante un tuit del también colega y amigo Luciano Sabatini calificando esos actos como vandalismo, le respondió: “Dile eso a las 11 que matan diario”.
Luciano tiene razón cuando sostiene que eso no debería suceder.
Pero asumo que la respuesta le llegó porque eso sucede como reacción a otras cosas que pasan con mayor frecuencia de la que nadie quisiera, como el asesinato, la desaparición, la violación y el maltrato a mujeres de todas las edades.
El día que no haya una muerta más por la violencia machista, que cese el acoso, la persecución, el hostigamiento, la violación y el maltrato, la única llama que las mujeres van a encender es la de las velas en memoria de las que desaparecieron en estos tiempos todavía de barbarie.
Punto.