Por Arturo Soto Munguía
Mucho ha llovido desde aquellos días de la resistencia. La marcha el mitin el plantón; el hostigamiento y la represión; la cárcel y el escarmiento que son golpes y vejaciones; detención arbitraria y traslado al Cereso donde los golpes siguen y entre las lóbregas paredes de la cárcel zumba con metálico acento la rasuradora que desprende los cabellos y los dispersa sobre el piso.
Por alguna razón, los autoritarios están convencidos de que los cabellos largos son tan peligrosos como las ideas largas. Y debe haber un insano placer en rapar por la fuerza a un joven, como si con ello cortaran también las ideas.
Es abril de 1992 y el camino de la resistencia tiene estaciones significativas: la toma de rectoría, las movilizaciones, la ‘cargada’ de los medios de comunicación y la mayoría de los partidos políticos, señaladamente el PRI y el PAN; grupos de choque.
Hubo también un debate televisado entre estudiantes y diputados en el que estos últimos salieron bastante raspados.
No era para menos. Mientras la resistencia crecía y comenzaba a generar simpatías en la sociedad (salvo, por supuesto, en los factores del poder: medios, cámaras empresariales, iglesias, sindicatos charros, partidos paleros), la representación legislativa en esos debates olía a naftalina.
Diputados muy avezados en la praxis priista de la primera mitad del siglo pasado, muy reputados como políticos y abogados, pero desarmados por una juventud que empujaba fuerte por la gratuidad de la educación, las garantías de acceso y permanencia en la Universidad, la democracia interna y la autonomía.
Para defender la Ley 4 estuvieron en esos debates priistas como Jesús Enríquez Burgos, Virgilio Ríos Aguilera, Gonzalo Hirata Rubiano, Ricardo Ibarra, entre otros. Los estudiantes, ya agrupados en el CEUS (Consejo Estudiantil de la Universidad de Sonora) los hicieron ver muy mal.
Para acabarla de chingar, a alguien se le ocurrió que era una buena idea lanzar una convocatoria para la jornada “En primavera florecen los murales” en la que las bardas de la Universidad recogieron la rebeldía de una y mil formas, colores y trazos. Los estudiantes plasmaron allí todos sus sentimientos.
La respuesta del gobierno fue enviar a trabajadores a bordo de camionetas cargando compresores y pinturas. De madrugada, pintaron de gris la policromía que hablaba de diversidad y rebeldía desde las bardas perimetrales de la Unison.
El movimiento estudiantil contra la Ley 4 fue escalando, sumando simpatías en unos sectores y desatando la ira en otros, señaladamente aquellos identificados con el estrenado gobierno de Manlio Fabio Beltrones que en campaña se comprometió con ellos a ‘modernizar’ la Unison.
Y lo haría a costa de lo que fuera, órdenes de aprehensión y detenciones, incluso contra funcionarios de la administración universitaria acusados de malos manejos financieros.
También se ordenó cortar los servicios de agua y luz a la Unison, algo que detonó la rabia hasta en aquellos estudiantes y maestros que no necesariamente simpatizaban con el movimiento del CEUS, pero que resintieron el despropósito gubernamental de doblegar la resistencia hasta por esas vías.
Hubo entonces una marcha grande. La maquinaria de la represión se desató a la altura del Hotel San Alberto, sobre la calle Rosales rumbo al Palacio de Gobierno, donde la policía intentó detener al contingente. Hubo enfrentamientos y zacapelas. Detuvieron al maestro Armando Moreno (hoy flamante rector de la Universidad Estatal de Sonora) y hasta al joven que iba manejando el ‘picapito’ que portaba el aparato de sonido.
La leyenda cuenta que para activar el dispositivo de seguridad frente a la amenaza de que los estudiantes llegaran a tomar el Palacio de Gobierno, a alguien cuyo nombre solo voy a citar por sus iniciales (R, de Roberto; S de Sánchez y C, de Cerezo) se le ocurrió quemar en su oficina algunas pacas de periódicos, provocar una humareda y justificar así la presencia de bomberos y policías que resguardaran el área.
Ese día se pusieron feos los madrazos, pero se pusieron peor más tarde. Desde el gobierno del estado se llamó a los universitarios a que acudieran a Palacio para negociar la liberación de los detenidos. Todo estuvo muy bien en la planta alta, pero al salir, la comisión de estudiantes fue detenida con lujo de violencia. Los cargaron en vilo y los echaron en las cajas de los pick ups de las patrullas y los trasladaron al Cereso. Allí los golpearon, los vejaron y raparon a algunos.
Por la noche serían liberados y devueltos a la Universidad, donde continuaba la toma de rectoría (de donde habían expulsado con no muy buenas maneras al entonces rector Marco Antonio Valencia, que fue rescatado por elementos de seguridad, después de que quiso retomar el edificio principal apoyado con la fuerza pública).
Lo que siguió fue una larga lucha para revertir la Ley 4. Lucha que se perdió en las pugnas intestinas del PRI de aquel entonces y la rivalidad entre Beltrones y Manuel Camacho Solís, entonces regente de la Ciudad de México, némesis del gobernador de Sonora en sus pretensiones presidenciables y de lo demás ya no quiero ni acordarme.
El CEUS mismo se partió en dos; unos negociaron posiciones, prebendas y canonjías, otros se perdieron en el anonimato, otros más se incorporaron a la nómina de la Unison donde hicieron carrera en la docencia, la investigación, la burocracia y/o en la política que ha pasado como un parpadeo de 30 años.
II
Ayer, la Ley 4 que provocó estos y otros avatares que sería imposible resumir aquí, pasó a mejor vida.
El Congreso del Estado aprobó por mayoría calificada una nueva ley orgánica que regirá a la institución durante los próximos años y el episodio no tiene mucho que ver con la forma en que se impuso la Lay 4 en 1991.
En eso sí tiene razón el diputado Jacobo Mendoza, de Morena, cuando dice en la tribuna del pleno que no hay manera de comparar aquel proceso con este.
En aquellos días la comunidad universitaria se movilizó ruidosamente. Hoy, prácticamente se declaró inexistente.
En las escalinatas del Congreso, un famélico grupo de maestros y estudiantes instalan lonas y aparato de sonido. Un juglar ensaya su sketch de teatro popular y arenga a la desanimada audiencia a luchar, no contra la reforma, sino a favor de la reforma.
¡Qué loco!, ¿No?
Anuncia, con euforia que pretende ser graciosa, la participación de Sergio Barraza al micrófono. Un maestro que era joven pero que ya está lleno de canas, dice, o algo así. Pero que sigue manteniendo la congruencia, matiza, frente al desliz que manda al sindicalista a la lista de los adultos mayores.
Y Barraza hace uso de la voz y externa las mismas preocupaciones del juglar. Hay fuerzas conservadoras y diputados de derecha que quieren frenar las conquistas que hemos logrado para democratizar la Universidad, espeta.
Pero el juglar le pregunta sobre la gratuidad de la educación, sobre la que no se ha dicho nada.
Y Barraza carraspea. Ehhhhh, bueno, hay temas en los que no hemos avanzado lo suficiente, pero vamos a seguir insistiendo, dice con un titubeo.
Y el juglar lo interrumpe ruidosamente: ¡Eso no importa!, lo importante es que vamos a enterrar a la Ley 4, grita. O algo así.
Momentos antes, entrevisté a algunas estudiantes que llegaron para manifestarse en el Congreso. Platicamos sobre el ayer y el ahora. Las muchachas se quejan de que la universidad les resulta cara. Que hay pagos que no deberían hacer, como el de titulación que cuesta 5 mil pesos y requiere no tener adeudos por colegiaturas, bibliotecas, laboratorios, idiomas y manejo de expediente.
Pero eso no importa, como dijo el juglar. Lo que importa, como dijo Barraza, es que ahora sí tendremos autonomía y democracia.
III
Mientras tanto la sesión no empieza. La bancada de MC difunde una foto con sus cuatro diputad@s en la soledad del pleno con el pie de foto: “Cuando es la única bancada que trabaja”.
Por una puerta lateral entra Ernestina Castro, coordinadora parlamentaria de Morena, procedente de Palacio de Gobierno. Trae la línea bien afinada.
Y comienza el debate.
Jorge Russo, de MC asume su condición minoritaria. ¿Cómo podría cambiar el sentido de su voto?, pregunta a los morenistas y sus aliados. “Ni Demóstenes podría hacerlo”, ilustra. Pero se nota que ni Demóstenes fue tan prolijo al redactar un discurso que juega tanto con las metáforas y la retórica.
Con la diferencia de que Demóstenes conseguía algo, y como está la correlación de fuerzas, el diputado de MC puede pasar a la historia como un buen redactor de discursos, pero un mal vendedor de quimeras.
Sube a la tribuna la panista Sagrario Montaño. Fustiga a morenistas y aliados y los acusa de arrodillarse al Ejecutivo. Abomina de esa sujeción y demoniza a quienes se pliegan a los dictados de Palacio, lo cual está muy bien.
O bueno, estaría muy bien si nadie supiera por qué está allí esa diputada, emblema, si lo hay, de la más absoluta sujeción del Congreso al Ejecutivo que ejerció Guillermo Padrés, a quien se sigue debiendo por las relaciones políticas que la llevaron a la curul, pero esa es otra historia.
Pa pronto, sube Jacobo Mendoza, con la autosuficiencia de quien, como dijo el mariguano: “tiene la bacha por donde no quema”.
Pausado, como es, les pregunta que si tan preocupados estaban por la gratuidad de la educación, qué hicieron por ella en estos últimos 30 años.
El cuestionamiento es demoledor. Ciertamente hunde en sus curules a quienes hoy hablan de autonomía, de educación gratuita, de imposiciones, cuando fueron los primeros que marcharon de la mano de Beltrones para eliminar la educación gratuita, para imponer autoridades y violar la autonomía.
Habla, Jacobo, desde la seguridad que le da el viraje del viento a su favor. Se cumplieron todos los protocolos de parlamento abierto, de consultas, de consensos. Se quejan de imposición, pero olvidan que esta mayoría en el Congreso es la voluntad del pueblo expresada en las urnas, dice.
Luego fue la diputada del PES, Paloma María Terán y otra vez mejor no quiero ni acordarme. Hace una apología del pasado de corrupción y de lo bonita que es la agenda progresista del gobierno de la cuarta transformación. El chiste, considerando el tema y lo ‘fashion’ de la diputada y su origen, pero sobre todo su ‘militancia’ en el partido más conservador de la derecha, se cuenta solo.
Hizo uso de la voz Ernestina Castro y también Beatriz Cota Ponce. Le dieron una repasada a Sagrario Montaño que, subrayo, llegó a la curul como han llegado algunos que hoy pontifican sobre tráfico de influencias, democracia, transparencia, separación de poderes, autonomía, buen gobierno y libertades, pero que en su momento dejaron temblando las finanzas públicas a costa del agandalle más obsceno. Sí, hablo de los padrecistas que le dieron la curul por la vía del cuchupo en el PAN.
IV
La Unison tiene nueva ley. Me declaro defraudado por lo descaifeinado del debate. Muerto de risa por las vueltas que da la vida. Escéptico por lo que viene. Divertido por las paradojas y los sinpropósitos. Entusiasmado por la nada, como ayer, como hoy, como siempre.