por Arturo Soto Munguia
Citábamos hace días un reporte de la consultora Integralia que contabilizaba 130 eventos de violencia política en el país tan solo en los primeros tres meses de este año. 50 de ellos derivaron en homicidios dolosos.
Uno de los más recientes -y por ello no contemplado en el estudio que comprende de enero a marzo- fue el de la candidata de Morena a la alcaldía de Texistepec, Veracruz, Yesenia Lara. El evento ocurrió durante un acto de campaña, en la vía pública el pasado 12 de mayo, cuando un grupo de ocho sicarios irrumpieron en la manifestación haciendo rugir sus metrallas, asesinando a la candidata y a otras tres personas, dejando además varios heridos.
La imagen que se viralizó muestra a la candidata, cuyo esposo fue asesinado hace tres años, tirada en la calle, cubierta con una lona en la que aparece el letragrama de Morena.
150 eventos de violencia política entre los que se cuentan 50 asesinatos en tan solo tres meses parecen demasiados como para contenerlos con la narrativa que condena las reacciones de indignación tipificándolas como ‘carroñeras’ en lugar de contener una ola de violencia en la que las balas están pasando cada vez más cerca del poder central en el país.
Hasta ayer, la mayoría de esos atentados se registraron en pequeñas y medianas poblaciones de ‘provincia’ y al paso de unos días se cubren con el polvo del olvido hasta que llega otro y desata una nueva oleada de indignación sobre la que luego cae más polvo, más olvido.
Lo ocurrido ayer en la Ciudad de México es una tragedia por donde quiera que se le vea. En lo que parece ser un atentado cuidadosamente planeado y ejecutado por profesionales del crimen. Un sicario a todas luces bien entrenado esperó pacientemente a que Ximena Guzmán Cuevas pasara en su auto a recoger a José Muñoz Vega y cuando los tuvo a tiro abrió fuego a una sola mano con una pistola cuyas balas acabaron con las vidas de ambos en cuestión de segundos.
Ximena era la secretaria particular de la Jefa del Gobierno capitalino, y José el asesor más importante de Clara Brugada. Ambos, muy cercanos y muy queridos por la gobernante y, hasta donde se sabe sin vínculos comprometedores con grupos delincuenciales.
Los hechos ocurrieron en martes poco después de las siete de la mañana. El dato es de una trágica paradoja porque ese día es cuando comparece en la conferencia mañanera de la presidenta Claudia Sheinbaum su gabinete de seguridad. Allí estaban todos: la secretaria de Gobernación Rosa Isela Rodríguez; mandos de la Sedena y la Marina; el secretario de Seguridad, García Harfuch, el fiscal Alejandro Gertz Manero y desde luego, la jefa de todos ellos, Claudia Sheinbaum.
La mañanera, ay, la mañanera. Ese ejercicio de información y propaganda, kiosko de panegíricos y tribunal de alzada; teatro de lo absurdo, foro de espectáculos con cantantes, músicos, malabaristas y payasos (como los presentados el Día del Niño, no vaya usted a creer que es alusión a los ‘youtuberos’), trinchera irreductible de las posiciones gubernamentales y en no pocas ocasiones hoguera ardiente e inquisitoria…
La mañanera, ese foro que su antecesor le heredó a Claudia y que esta aceptó no muy convencida fue el foro abierto a la aldea global donde todos pudimos apreciar el momento en que a García Harfuch le llegó la noticia del doble asesinato. Todos vimos el nerviosismo, el cruce de señales, la pesadumbre, los rostros desencajados, el diálogo de funeral y todos tuvimos la certeza de que algo malo había pasado.
Todos vimos temblar las manos de la presidenta sobre un papel que doblaba nerviosamente cuando Omar García le dio la noticia. Su rostro funesto y sus esfuerzos por mantenerse ecuánime.
La mañanera, esa pantalla omnipresente que de lunes a viernes proyectó durante más de seis años la fortaleza de un gobierno que imponía agenda, construía narrativas y se daba el lujo de jugar al sarcasmo y la socarronería, ayer fue la plaza pública donde lo que se vio fue un gobierno herido, nervioso, compungido, confuso, adolorido.
¿Fue casualidad que el doble asesinato ocurriera un martes a esa hora, cuando en la mañanera se hacía el recuento de logros en el combate al crimen? Cualquier conspiranoico pensaría que no.
Pero al margen de las especulaciones y las hipótesis descabelladas en la apresurada búsqueda de responsables desde la opinocracia, lo que hay son dos colaboradores más que cercanos a la jefa de Gobierno capitalino, muertos.
Y eso no es, no puede ser una buena señal sobre todo para una presidenta que está defendiendo titánicamente la trinchera de la patria amenazada por el poderoso vecino del norte al que ya se le hace tarde para cumplir sus ansias intervencionistas amparado en el argumento de su propia seguridad nacional y convencido de que en México el gobierno no puede contener al crimen organizado.
Desgraciadamente, sucesos como el de ayer solo vienen a reforzar esa narrativa y esa no pude ser una buena noticia para nadie.