Por Arturo Soto Munguía
Se poblaron las redes de opiniones, aplausos, condenas, reconocimientos y vituperios a propósito de la incorporación de las dos únicas diputadas con las que contaba el PRI en el Congreso local.
En la batahola, pocos repararon en un ángulo desde el cual se puede interpretar este movimiento, de ninguna manera casual ni aislado y mucho menos inocente.
Conversando con un veterano militante de la izquierda histórica sonorense, militante de Morena y actual asesor parlamentario nos hacía orientar la mirada en esa perspectiva, donde se encuentra una de las claves para entender lo que sucede, más allá del lunes negro para el PRI Sonora.
Un colega le preguntó si en algún momento de su vida había imaginado ver al PRI sin representación en el Congreso, un suceso, éste sí, histórico e inédito. Y la respuesta llegó sin titubeos, compasión ni miramientos: “Sí. Es un anhelo largamente acariciado; es por lo que hemos luchado durante décadas”.
Y fue más allá: anticipó que el PRI va a desaparecer no solo del Congreso de Sonora, sino de la vida política del país: “no sé si en uno, dos o diez años, pero el PRI va a desaparecer, va a tener que refundarse, cambiar de nombre, mutar a otra forma de organización política, pero ya se ha vuelto inviable”.
Falta ver, desde luego, qué dicen los priistas a quienes no es la primera vez y seguramente no será la última en que les extienden su certificado de defunción, pero es un hecho que la renuncia de Ely Sallard y Karina Zárate al partido y a su bancada, para integrarse a la de Morena que las recibió con ánimo festivo y con un reconocimiento a su trayectoria y trabajo, fue un golpe durísimo a la estrenada dirigencia estatal de Rogelio Díaz Brown.
La versión de nuestro interlocutor tiene su origen en una larga, en verdad larga historia de fracasos políticos y derrotas electorales. En décadas de choque permanente con el otrora partido casi único desde aquellos años en que no les ganaban una y cuando les ganaban se la arrebataban, así fuera a garrotazo limpio.
En el caso concreto de Sonora, el punto de inflexión que marca la debacle del tricolor fue 1997. Así sea bajo la extendida versión de que la sucesión gubernamental la decidió el entonces gobernador Manlio Fabio Beltrones ‘inflando’ artificialmente al joven PRD para frenar el ascenso del PAN, la realidad es que el Sol Azteca ganó prácticamente todos los distritos y municipios de Guaymas hacia el sur, mientras el PAN hacía lo propio en el norte del estado.
Beltrones fue el último gobernador, antes de Alfonso Durazo 30 años después, en ganar la gubernatura prácticamente con el carro completo en municipios y distritos locales y federales.
De allí en adelante los márgenes se fueron reduciendo hasta llegar al 2003, cuando Eduardo Bours ganó con menos de un punto porcentual la gubernatura. Seis años después el PRI sufrió una estrepitosa derrota a manos no de la izquierda, sino del PAN.
En aquel entonces se dijo también que sus exequias estaban listas, y sin embargo el desastre de corrupción y mal gobierno que encabezó Guillermo Padrés le abrieron la puerta para regresar a Palacio de Gobierno con Claudia Pavlovich a la cabeza.
Mientras eso sucedía, el movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador comenzaba a crecer. Fundado en 2014, Morena tuvo una participación más que marginal en la elección de 2015. Apenas le alcanzó para una diputación plurinominal en la persona de José Ángel Rochín López, al que por cierto expulsaron por ‘vendido’, ya con Alfonso Durazo como dirigente estatal.
En los siguientes tres años AMLO supo sumar, a diferencia de las dos veces que compitió como candidato a la presidencia, a liderazgos que antes había rechazado, señaladamente aquellos provenientes del PRI y del PAN o vinculados a esos partidos.
Así fue que en 2018 el tsunami de votos que lo llevó a la presidencia alcanzó para que en Sonora Morena ganara la mayoría en el Congreso y los municipios que concentran más del 80 por ciento de la población sonorense. Una mayoría que por cierto, fue disuelta de facto a punta de cabildeos desde Palacio de Gobierno y dicen que hasta de cañonazos de esos de a 50 mil que hablaba el General Obregón, pero a cotizaciones actuales. El PRI operó política y financieramente, convenció a unos, presionó a otras, pero supo mantener a raya a la bancada morenista y aliados que se doblaron en el camino.
Para 2021 no aguantó más. La candidatura de Alfonso Durazo le pasó por encima a la Alianza Va por Sonora que el PRI integró con el PAN y el PRD, reduciendo a esas fuerzas a sus expresiones mínimas.
El mapa electoral es muy ilustrativo. Todos los votos que perdieron el PRI y el PAN entre 2015 y 2021 se fueron a Morena. El fenómeno más relevante no es el de los liderazgos que se pasaron a las filas guindas, sino la migración masiva de clientelas electorales que antes votaban por el tricolor o el blanquiazul y desde 2018 cambiaron el sentido de su voto hacia Morena.
Ayer, a invitación de Alfonso Durazo, Karina Zarate y Ely Sallard, las únicas dos priistas que ganaron sus curules en las urnas y remando a contracorriente del tsunami obradorista, que no es decir poca cosa, se sumaron a la bancada de Morena. Antes, presentaron su renuncia al PRI.
A Guillermo Díaz, subsecretario de Desarrollo Político del Gobierno del Estado que ha sido pieza clave del Ejecutivo para su relación con el Legislativo, se le adjudica la operación para hacerse de esos dos valiosos cuadros, aunque en el caso de Ely Sallard, los acercamientos ya venían dándose desde hace meses a través de su primo, el titular del Sistema Estatal de Comunicación Social, Edgard Sallard.
A diferencias de otras cooptaciones que se hicieron en el pasado desde el gobierno estatal, en estas difícilmente puede inferirse que el interés fue pecuniario.
Conozco a Karina y a Ely y no son esas sus motivaciones. Pero sobre todo Alfonso Durazo ha dado pruebas sobradas del honor que le hace a su apellido y la leyenda cuenta que es tan ‘duro’ que no le entra ni el soplete.
La renuncia de las diputadas se inscribe más bien en sus aspiraciones políticas, que difícilmente tendrían viabilidad tras el profundo desgaste que en los últimos años ha sufrido el PRI y que se agudizó tras la pérdida de la gubernatura el año pasado, el acercamiento de Claudia Pavlovich con López Obrador, su expulsión del PRI y su nombramiento como cónsul en Barcelona, y desde luego con el accidentado proceso de renovación de su dirigencia estatal.
En el camino, otros dos diputados priistas, Ernesto de Lucas y Natalia Rivera migraron a Movimiento Ciudadano, por esos mismos motivos. En el PAN también sufrieron la pérdida del diputado Kiko Munro, que se fue al PES, aliado de Morena.
La carambola del gobernador fue de tres bandas: desaparece al PRI del Congreso, para solaz de esa parte del morenismo que no necesariamente integran solo morenistas, traían guardada una serie de agravios reales o imaginarios contra el tricolor. Fortalece a la bancada de su partido, restándole margen de negociación a otros aliados como el PT, el PES, el PANAL o el Verde.
Y de paso, ensancha su poder para rearticular el aparato administrativo del Poder Legislativo y sobre todo, la poderosa Comisión de Régimen Interno y Concertación Política.
La sonrisa de la coordinadora parlamentaria de Morena, Ernestina Castro, que no suele ser muy festiva, el reconocimiento y la efusividad con que dio la bienvenida a Karina y Ely no dejan lugar a dudas. Morena gana dos cuadros reconocidos, con trabajo social y político y de probada eficacia en el terreno electoral.
Y de paso, alimenta ese placer culposo que inspira a muchos en Morena (incluidos quienes como ella, vienen del propio PRI o de otras fuerzas) para degustar, frío por supuesto, el apetecible plato de la venganza.