Arturo @Chaposoto Munguía
Solo acompañado de la muerte se puede ir al encuentro con quien ya no está en este plano terrenal.
Solo a través de un viaje de la mano con fantasmas que lo son y no lo son; que adquieren corporeidad y con sus voces y sus risas y sus lamentos van por el desierto de Altar como un chamizo silencioso y solitario se puede llegar al mar. A la mar. Al mar de tu nombre.
La nueva novela de Carlos Sánchez En el mar de tu nombre es un disparo en el pecho. Un viaje de pesadilla angustiante y opresiva; un relato magistral que desde la primera, te llama a gritos a saltar hasta la última página para conocer el final y al mismo tiempo te agarra de las solapas y te obliga a desear no saltar uno solo de los renglones, no vaya a ser que se te pierda un personaje, una metáfora, una descripción, un paisaje, una de esas genialidades que te llevan a dudar si estás frente al escritor o frente al fotógrafo.
En el mar de tu nombre es un viaje a lomos de un tren carguero buscando el amor perdido, en compañía de migrantes centroamericanos ¿cuáles centroamericanos? al corazón del territorio narco en Sonora cargando solo lo indispensable, que es el recuerdo.
Porque la memoria es una balsa en el río, dice Carlos en abierta confesión de todo aquello de lo que no puede desprenderse: el barrio, la familia, las canciones que ella cantaba, las risas con que llenaba el aire, su ruido en los pulmones, su tos, esa tos que remite al humo y al fuego que huelen a junio 5 en el Hermosillo del ABC de la vergüenza y la rabia.
Dolor en primera persona del singplural, En el mar de tu nombre es la desolación vuelta relato, algo a lo que nos tiene acostumbrados Carlos Sánchez desde Linderos alucinados y Matar, por citar solo dos de la casi treintena de títulos que ha publicado desde aquellos días en que decidió que las letras eran lo suyo.
Chispazos de humor -no sé si involuntario- salpican el relato para ofrecer un descanso -tampoco sé si voluntario-, en la tensión de ese loop delirante en el que todo, todo le recuerda a ella: el silbido del tren, el viento seco, la puesta de sol, una prostituta, unos niños y unas ovejas, un aroma, una mujer en la pantalla del cine de húngaros, una mesera, un pájaro, una Catarina en el collar de hule de llanta elaborado por un fortachón que además de desponchar neumáticos en Pitiquito, es artesano, buen anfitrión y además lector asiduo de Abigael Bohórquez, otro de los amores entrañables del autor a quien nunca le perdonaría omitirlo a su paso por Caborca.
La novela tiene indeleble la firma de Carlos Sánchez, cronista de la penumbra, redactor doliente de la oscuridad profunda, desgarrado profeta del pasado que se vuelve presente, obstinado gambusino de lo siniestro y lo amoroso, que puede parecer una contradicción solo para quien no ha visto a los ojos al asesino, a la asesina.
Reportero, va y platica, pregunta, socializa con las fuentes. Cronista, no deja ir un detalle. Fotógrafo, dispara el obturador de las palabras. Periodista, lo aprehende el espíritu gremial y en su caminar con fantasmas rumbo allá, donde el desierto se sumerge en el mar, donde le dijeron que por fin la encontraría, conversa en el tren con un maquinista de Empalme al que le mataron un hijo, “un chamaco que se sentía héroe nomás porque escribía en un periodiquito de mierda”, según los centroamericanos que no eran centroamericanos sino sicarios al servicio de un patrón que desde luego, no existe sino en la imaginación del autor, porque en Sonora no han desaparecido a ni un periodista. ¿O sí?
En el mar de tu nombre es el principio pero no el final del viaje.
“Para qué seguir, me dije, en estos cuadros como cuartos, para qué continuar con una sonrisa forzada entre familiares, amistades, siquiatras, sicólogos, tanatólogos, revividores de no sé qué. Para qué continuar consumiendo un coctel de químicos cotidianamente y seguir las instrucciones de un papel sujeto con un imán sobre la puerta del refrigerador y en la estancia escuchar el televisor siempre encendido para que, por prescripción médica, me distraiga, que nunca esté solo y para eso cómprenle una televisión de mil pulgadas. Una receta con la firma de un tipo calvo que se llena los bolsillos de monedas solo por deslizar su bolígrafo sobre el papel, una receta que nada más sirve para recetarme el deseo de huir”.
Y así huyendo empezó el viaje que es esta novela de Carlos Sánchez, de la mano de fantasmas, de sus fantasmas que no son fantasmas sino la compañía imprescindible para entreverar la realidad con la ficción y llevarnos con ellos por Pitiquito y Altar, por Caborca y Puerto Peñasco buscando el mar donde le dijeron que estaría su nombre.
Lectura muy recomendable en la que el autor no deja de sorprendernos a pesar de volver insistentemente sobre los pasos del estilo que es el sello de su pluma y que mantiene al lector con las mandíbulas apretadas esperando lo que sigue, la sorpresa a vuelta de página.
Desde luego, el final no se los cuento porque ustedes deben descubrirlo.
Como plus, la edición de Nitro/Press-IMCA está bellamente trabajada.
Un libro que debe estar en sus bibliotecas personales y que puede adquirir por 150 pesos contactando al autor vía correo electrónico sonarquevemos@gmail.com o a celular 662 127 8986.