por Arturo Soto Munguía
No son pocos quienes han externado su preocupación por el rumbo que está tomando el proceso electoral en curso en México y la eventualidad de que la jornada de la elección federal 2021 sea una ronda infantil comparada con la de 2024 donde está en juego la presidencia de la República, ocho gubernaturas, el gobierno de Ciudad de México y la renovación de las cámaras legislativas.
La sombra que ennegrece el horizonte tiene que ver con el papel que jugará el crimen organizado en este proceso. Si en 2021 hubo documentados casos de secuestros, levantones, asesinatos de candidatos, funcionarios electorales, activistas sociales, periodistas, operadores electorales y dirigentes partidistas, eso podría ser solo un ensayo de lo que, sin rayar en la paranoia, estaríamos viendo este año.
A estas alturas, nadie medianamente informado duda que el crimen organizado ha crecido escandalosamente, consolidando un imperio financiero que mueve cientos de miles de millones de dólares y multiplicando su poder corruptor y su incidencia en todos los ámbitos de la vida pública, incluyendo las esferas de gobierno.
En el sexenio que está por concluir, casi 180 mil asesinatos en el país documentan una estrategia fallida y se estima que al cierre del gobierno de López Obrador la cifra rebase los 200 mil muertos. Hay entidades como Guerrero que lastimosamente documentan a diario la forma en que el crimen organizado ha sustituido al Estado atribuyéndose funciones de recaudación de impuestos vía cobro de piso; control del comercio, del transporte y de otras actividades productivas.
Pero no es el único. Michoacán, Jalisco, Chiapas, Veracruz, Colima, Guanajuato, Estado de México, Zacatecas, San Luis Potosí por citar los más conflictivos, son escenario de una guerra sin cuartel en la que las fuerzas de seguridad del Estado mexicano aparecen casi como espectadores. En diferentes proporciones, todo el territorio nacional está cruzado por esa guerra.
Ese es el contexto en el que transitamos hacia la sucesión presidencial y los comicios locales.
Los especialistas estudiosos del fenómeno de la violencia criminal organizada sostienen que esta no puede existir si no es a condición de acuerdos inconfesables con autoridades de gobierno, incluyendo desde luego a las fuerzas armadas.
Un gobierno que camina rumbo a la sucesión silbando y cantando las certezas de la continuidad con un exceso de confianza que seguramente emana de sus propios datos: una oposición que no termina de levantarse de la lona a donde la mandaron desde 2018; un férreo control de las entidades donde el oficialismo gobierna, una nutrida base social que los apoya convencida de que vamos por el rumbo correcto y otro segmento para nada despreciable de votos cautivos que laten en la incubadora de programas sociales que dispersan cientos de miles de millones de pesos para paliar las miserables condiciones de vida en que subsisten millones de familias en México.
Lo que ensombrece más el panorama es la sospecha de que ese exceso de confianza se finque no tanto en las alianzas partidistas, político-electorales, sino con grupos de la delincuencia organizada que puedan hacer la diferencia operando el ‘Día D’, ya para movilizar a los votantes, ya para inhibir el voto.
Para nada es casual la injerencia del gobierno norteamericano y poderosos grupos de interés en EEUU sobre la sucesión en México, que en las últimas semanas han arreciado campañas para minar la legitimidad y credibilidad del gobierno mexicano y concretamente a su figura señera: el presidente de la República.
Habrá quienes aplaudan esa embestida, incentivados más por la idea de regresar al poder, pero omitiendo, consciente o inconscientemente advertir la naturaleza intervencionista y colonizadora de los Estados Unidos que, hay que decirlo, tiene en López Obrador la coartada perfecta para sus afanes de mantener a México como su patio trasero.
A confesión de parte, López Obrador ha dicho que nunca hubiera imaginado llegar a ese momento en que lo tildaran de dictador y narcopresidente, pero eso está sucediendo.
Y en la cancha de la sucesión, ya entraron a jugar todos. No solo los partidos políticos de oposición, sino también los halcones gringos y los grupos del crimen organizado que bien a bien no se sabe en qué portería vayan a meter sus goles.