EL ZANCUDO | LA MODERNIDAD VIENE Y NADA LA DETIENE

Por Arturo Soto Munguia

El próximo 2 de enero comenzará la construcción de un paso a desnivel en el cruce de los bulevares Colosio y Solidaridad en Hermosillo. Es una obra en la que se invertirán 400 millones de pesos, recursos 100% municipales y sin contratar deuda.

Si la memoria no me falla, esta obra se anunció durante el tercer informe de gobierno del alcalde Antonio Astiazarán el pasado 15 de septiembre. La semana pasada comenzaron a conocerse algunos detalles del proyecto y junto con ellos, comenzó también a conocerse la legión de ‘ingenieros en prioridades presupuestales’, esa banda que puebla las redes sociales y que tiene a bien documentar diariamente desde su vasta experiencia en el ejercicio de gobierno (eufemismo que pretende no pasar desapercibido), los ‘porqués’ de sus cuestionamientos a esa obra.

Se vale. Como en toda democracia que se precie de serlo, hacerla de pedo es un derecho inalienable, imprescriptible e inembargable y por si fuera poco, constituye además el sacrosanto divertimiento cotidiano de las voces discrepantes con el gobierno en turno o con cualquier otra entidad de cualquier naturaleza que incursione en la vida pública.

En Hermosillo parecemos destinados por la Santa Providencia a hacerla de pedo porque sí o porque no, pero el chiste es hacerla de pedo.

El tránsito vehicular en la ciudad se ha vuelto insufrible, ya no solo en las ‘horas pico’ o en sectores específicos. Las causas dan para un voluminoso tratado cuyo resumen no cabría en esta columna, pero apenas es equiparable a las razones por las cuales cualquier iniciativa que busque resolver aunque sea en parte ese problema, debe ser descalificado.

Quizás sea la maldición de Pancho Búrquez, aquel alcalde que supo oponerse al proyecto de una planta desalinizadora que abastecería de agua a Hermosillo desde la Costa hace más de 20 años, logrando que el gobernador Armando López Nogales desistiera de la idea, privando a la ciudad de una fuente prácticamente inagotable y que además, para estas fechas estaría siendo administrada por el municipio, ya que la concesión a la empresa que la construiría vencía en 20 años.

Ese proyecto quizás hubiese evitado la construcción del Acueducto Independencia que ciertamente abastece a la capital en un 30 por ciento (o menos) de sus requerimientos de agua, pero que en la práctica se convirtió en un horno de donde salieron comaladas de nuevos millonarios durante el padrecismo, acendró el conflicto con los cajemenses y las comunidades yaquis y para estas fechas tiene al Valle del Yaqui en un completo stress hídrico y a Hermosillo con serios problemas de abasto. La profecía de que tal acueducto terminaría por dejar sin agua a Cajeme y a Hermosillo parece estarse cumpliendo por estos días.

(Lo peor es que por aquellos años, alguien cercano a Pancho Búrquez me dijo que el alcalde estaba convencido de que la planta desalinizadora era una excelente idea, pero no podía dejar que un gobierno priista se llevara el crédito, así que cuando él fuera gobernador la retomaría. Búrquez ni siquiera fue candidato y se perdió en el ostracismo, junto con la planta desalinizadora).

Sirva la digresión para citar lo que hoy ocurre. El proyecto del paso a desnivel en Solidaridad y Colosio es una excelente idea y una obra que en los próximos años resolverá en parte el problema del congestionamiento vial en ese sector, que hoy francamente es de locos.

No es para menos. En una ciudad con casi un millón de habitantes, los automóviles registrados casi llegan a 600 mil, lo que se traduce en tráfico lento, accidentes y entre otras cosas, episodios de histeria individual y colectiva sobre todo en horas pico.

Pero es algo que tiene que hacerse. Habrá molestias, claro, porque durante catorce meses el sector se verá afectado por las obras y los que por allí transitan deberán aprender a usar vías alternas. No sería mala idea comenzar desde ya a programar algunos ejercicios de simulacro para ensayar con las nuevas rutas en el sector, donde las rutinas cotidianas se verán alteradas.

También deben considerarse -de hecho ya se está haciendo- las afectaciones a las actividades comerciales y de servicios en la zona, para lo cual el alcalde anunció un programa de apoyos.

Son odiosas las comparaciones, pero el pasado fin de semana estuve en Monterrey, donde ya funciona un tren elevado y en estos días avanza la construcción de una línea de metro que cruza la ciudad hasta el aeropuerto y en la que se invierten no 400 millones de pesos, sino casi 30 mil millones, obviamente, con recursos federales, estatales y municipales.

¿Y saben qué? También hay molestias por las obras, sectores donde el tránsito se vuelve caótico y reproches ciudadanos. Pero la gente asume que una vez concluida esa obra la nueva normalidad será la de una ciudad más funcional. De hecho, en 2006, cuando ya opere la nueva línea del metro, Monterrey será sede del Mundial de futbol y recibirá decenas de miles de visitantes.

Monterrey está llegando al millón 200 mil habitantes. Hermosillo está por llegar al millón, pero las diferencias son notables en materia de movilidad urbana. No quiero comparar, pero creo que la mirada debe estar puesta allá, y no en la bucólica añoranza del Hermosillo cuyas calles fueron pensadas para el tránsito de carretas jaladas por caballos.

Sí será una chinga de 14 meses, pero creo que valdrá la pena. Y eso que no estoy considerando los libramientos que también están en la agenda del Toño Astiazarán, y que desfogarán buena parte del tráfico pesado fuera de esta ciudad donde apenas antier un tráiler nodriza hizo caca contra un puente peatonal, varios vehículos que transportaba y que inopinadamente quedaron en condición de botes pateados.