Por: Arturo Soto Munguía
Doña Ignacia Paredes Miranda tiene 69 años y desde antier se encontraba en la sala de Urgencias de la clínica del IMSS de la calle Juárez en Hermosillo con un diagnóstico de piedras en la vesícula.
Requiere cirugía pero no hay médicos disponibles y los que hay están sobresaturados de trabajo, así que mañana cumpliría dos días sin comer, pues nadie sabe si providencialmente se abrirá un espacio en algún quirófano y el personal médico tendrá un respiro en medio del trajín que tiene a todos trabajando a destajo para atenderla.
Anoche la subieron a piso y le dieron un vasito de avena y sigue esperando el quirófano.
Doña Nachita es adulta mayor y su salud de por sí ya era precaria porque las desgracias suelen no venir solas y hace poco uno de sus hijos murió de cáncer tras una larga y penosa convalecencia que se lo fue acabando hasta dejarlo en los puros huesos y ella estuvo allí para ver cómo se le apagaba una vida que era pura alegría, vitalidad y energía en sus apenas 45 años.
El golpe para la madre fue durísimo y la depresión encontró en ella presa fácil. Hasta que comenzó con esos dolores que antier la llevaron al IMSS, acaso la única opción de quienes están definitivamente fuera de la posibilidad de acceder a la atención en una clínica privada.
Cualquiera que haya pasado por la sala de Urgencias del IMSS, ya no como paciente, sino para visitar a un familiar o a un amigo sabrá que las escenas están muy cerca de lo dantesco y muy lejos de las cuentas alegres con que suelen endulzar la propaganda gubernamental para convencernos de que en materia de salud pública, estamos a nada de equipararnos con esa Dinamarca que no somos, que nunca hemos sido.
La sala de Urgencias de ese hospital, y de cualquier hospital público es una invitación a la desesperación y la tristeza, que de por sí era crítica pero se tornó peor en los últimos meses por la pandemia de la Covid19.
El personal médico y de enfermería va y viene cargando el peso del heroísmo muy en boga para medallas y reconocimientos pero que no se refleja en la nómina ni en acceso a medicinas, equipo, instrumentos, tecnología necesaria para despresurizar esa suerte de campamento de guerra a donde todos llegan con heridas y diagnósticos críticos.
Niños, ancianos, jóvenes, mujeres que hacen un coro fúnebre de quejidos y lamentos que llena el aire de aromas pesados a medicina, alcohol, sangre, lágrimas y esperan donde pueden, incluso en el suelo donde improvisan algo para sostener un frasco de suero en lo alto. Todo mundo luce triste y cansado y hasta la muerte parece exhausta agazapada en algún rincón, también esperando, esperando.
Este relato, aunque quisiera, no puede estar desprovisto de una crítica política. Pero que se entienda: no es hacia un funcionario o una administración en particular. Consigna lo que está pasando hoy 18 de noviembre de 2021 pero igual describe lo que pasó ayer o hace un año o más de una década.
No es un ‘yo acuso’ específico pero tampoco exime a nadie. Sucesivos gobiernos de todo signo han estado al frente de esta institución cuya nobleza es tanta que no han podido acabársela a pesar de que le han puesto empeño a esa tarea, transando, corrompiendo, normalizando el dolor y el sufrimiento, aspirando el aire de la seguridad personal en la nómina y exhalando el tufo de la insensibilidad perdonavidas.
Patrones y trabajadores pagan obligatoria y puntualmente sus cuotas, que no son una bicoca, para hacerse del derecho a reclamar una atención de calidad y calidez’ como rezaba un viejo eslogan que por cierto no he vuelto a escuchar quizás porque la desfachatez ya no les dio para tanto.
El caso de doña Nachita es uno entre decenas, si no es que cientos en esta hora, que están pasando por lo mismo.
La corrupción o lo que quieran ha ido erosionando la nobleza de esta institución hasta dejarla ciega, sorda, manca, coja, lista para terapia intensiva y cirugía mayor que nadie puede o no quiere hacer.
Apenas la semana pasada el dirigente estatal de la CTM, Javier Villlarreal ponía el dedo en la llaga y denunciaba el déficit de más de 400 médicos especialistas en el IMSS Sonora. En su más reciente visita a Sonora, el presidente Andrés Manuel López Obrador se hizo acompañar de todo su gabinete, incluyendo al director de esa institución, Zoe Robledo. Junto a él, Alfonso Durazo recogió la demanda del cetemista, admitió el déficit de médicos y juntos firmaron un convenio para subsanarlo gradualmente.
Ya veremos cuándo sucede eso. En vía de mientras la carga de trabajo al personal médico y de enfermería se sigue acumulando, los pacientes se hacinan en clínicas y hospitales y sus familiares van y vienen frenéticamente, desesperadamente buscando medicinas, ayudas, sangre o lo que sea necesario.
Por lo pronto está prohibido enfermarse si la achacosa lectora, el hipocondriaco lector forman filas en esa legión de mexicanos y mexicanas cuya atención médica depende de las instituciones públicas, de cualquier orden de gobierno.
El IMSS es acaso la institución de salud más importante y de mayor cobertura en el país, pero no ha sido la única afectada con la desaparición del Seguro Popular y la puesta en marcha del Insabi, que entró en operación trastabillando y hasta ahora no parece ser mejor que lo anterior.
Esperemos, por el bien de esa legión que no tenemos más opción que las instituciones públicas, que todo mejore.
Por lo pronto, prohibido enfermarse.