Por Arturo Soto Munguia
Hubo un tiempo en que esa parte de la ciudad era puro monte. Bueno, es un decir. En realidad, de la calle 300 hacia el sur y hasta donde alcanzara la vista todo eran sembradíos de algodón, trigo, maíz, cártamo…
El casco urbano de Ciudad Obregón llegaba hasta allí. En los veranos, se instalaban a lo largo de la emblemática calle 300 una larguísima fila de tejabanes de madera y lámina negra, habilitados como dormitorios y comedores para cientos de jornaleros que llegaban a la pizca de algodón. Era un bullicio de gente todo el día.
El feraz Valle del Yaqui florecía con la pujanza que le dio la ‘Revolución Verde’, como dio en llamarse el resultado de un programa que encabezó el científico Norman E. Borlaug, financiado por la Fundación Rockefeller para mejorar genéticamente la producción agrícola, señaladamente el maíz y el trigo.
Eran los años 60-70 del siglo pasado y la ciudad comenzaba a crecer poblacionalmente y con ello, crecía también la demanda de vivienda. Como en otras ciudades, aparecieron las ‘invasiones’, movimientos urbano-populares que se posesionaban de terrenos con la esperanza de la regularización y la dotación de servicios públicos para levantar allí sus viviendas, generalmente precarias.
Los segmentos más pobres de la población no tenían -desde entonces- otras opciones para acceder a un lugar para vivir, e independientemente de los sesgos políticos que suelen aparecer en estas prácticas, fue una de las formas como la ciudad comenzó a expandirse, ante la insuficiencia de programas institucionales para dotar de vivienda a los menos favorecidos.
Una de las primeras ‘invasiones’ de aquellas fechas fue la ‘México’, justamente al sur de la 300 y de allí le siguieron otras: la Machi López, la 410, la Sóstenes Valenzuela… Algunas de ellas ya se encuentran totalmente urbanizadas, o al menos con servicios públicos básicos: agua potable, drenaje, pavimento, electricidad, después de muchos años de sufrimientos e inclemencias, de gestiones y protestas callejeras.
La frontera de la urbanización en Ciudad Obregón se sigue moviendo al sur. Allá, donde todavía se ve el barbecho y los surcos, el gobernador Alfonso Durazo recordó ayer que desde hace unos 30 años se dejó de construir vivienda de interés social y el acceso a una vivienda digna pasó a ser un privilegio en vez de un derecho.
Y es que ciertamente, en Ciudad Obregón quizás las últimas colonias construidas por instituciones gubernamentales para dotar de vivienda a la clase trabajadora fueron la Miravalle y la Primero de Mayo, también al sur de la ciudad.
Después de eso todo quedó en manos de empresas constructoras que se enfocaron más en sectores de clase media y media-alta; las instituciones por su parte privilegiaron una complicada política de crédito que en décadas no ha podido resolver el tema de la vivienda para los trabajadores de ingresos mínimos, pero en cambio ha generado un sinfín de problemas, como el que ayer le plantearon al gobernador los habitantes de la colonia Urbi Villa del Real que desde hace más de diez años vienen batallando con un problema legal y financiero donde aparecen embargos, desalojos, invasión de casas, falta de regularización y de servicios públicos…
El gobernador dialogó con ellos y los citó para las 10 de la mañana de este día en Palacio de Gobierno. Allí buscarán soluciones a esa larga trama de conflictos.