Por: Rodrigo Sotelo / Twitter: @masmedio
Como es sabido y hasta reconocido, este nuevo gobierno de Alfonso Durazo enfrenta la crisis financiera que le heredaron con una intransigente política de austeridad en el gasto público.
La lógica de la Cuarta Transformación en Sonora es encomiable, incuestionable: hacer más con menos, identificando y satanizando, no impidiendo, excesos, frivolidades y complicidades.
Pero la cosa se degenera cuando ponen a sacar cuentas a ingenuos ideologizados que equiparan austeridad con gastar menos, y que igual eliminan compensaciones y le mochan a la publicidad que a educación o a servicios de salud.
Porque contrario a la ordinaria concepción morenista, la austeridad sería más bien un estímulo a la eficiencia y a la meticulosidad con que se fiscaliza y gasta nuestro dinero.
La austeridad bien entendida debe llevar a hacer más con lo mismo y, si es posible, eventualmente a gastar más para elevar el nivel de vida y propiciar más beneficios para los sonorenses.
Así vemos a un desorientado Edgar Sallard, coordinador del figurado sistema estatal de comunicación social, aplicando la austeridad a tontas y a locas; reduciendo su función a la de un boletinero con poder para dar o limitar el micrófono en la mañanerita de cada semana.
Y es que no solo se le impide contratar y negociar con medios, no tiene facultad ni para trasladar a la prensa que cubre la fuente oficial.
Pero Sallard es el menos importante, y el menos culpable. Es una política restrictiva de un gobierno piramidal, que atiende el caos sin imaginación, sin respeto a los demás y en base al sueño de un gobierno chiquito.
En Comunicación, la austeridad se presenta como el desprecio a la labor de quienes intentan difundir las acciones del propio gobierno que los obstaculiza.
En Isssteson, la austeridad es el pretexto para incumplir obligaciones, desfogar rencores y esconder incapacidades.
La austeridad de los que acusan falta de recursos, pero que no se animan a denunciarlo y son insuficientes para generarlos.
La austeridad de los que no encontraron ni un quinto, pero que ven con simpatía que se premie con un consulado a quien derrochó en vestidos de marca y elegantes peinados.
La austeridad de las medicinas, que tampoco aparecieron, que los obliga a tandear el surtido de recetas y los limita en servicios.
La austeridad de las escuelas deterioradas y en desuso, que impide clases presenciales y exige que alumnos y padres de familia paguen –literal- las consecuencias y absorban el costo.
¿Qué decir de la austeridad en seguridad pública? La que este gobierno de Alfonso Durazo entiende como un daño colateral de los ajustes y una oportunidad para subordinarse a la Guardia Nacional.
La austeridad como expresión de claudicación gubernamental frente al crimen organizado.
¿Cómo contratar los mil policías estatales que había prometido Durazo en campaña, si no hay dinero? ¿Para qué hacerlo si el Presidente no lo aprueba y no hay ejército que resuelva la violencia en Cajeme, Guaymas o Magdalena?
Al cabo que firmar pactos y decretos no tiene costo…
Lo que hay es una austeridad, más bien pobreza, pero de ideas, de estrategias. Y un costoso olvido de lo prometido en campaña.
Al final, con la 4T, la austeridad termina saliendo más cara y corrosiva que la corrupción de los gobiernos pasados.
Y nunca imaginamos que la corrupción fuera más barata que la ineptitud.
Gracias y hasta la próxima con el favor de Dios.