por Arturo Soto Munguia
A estas alturas, nadie parece tener dudas de que el video difundido recientemente en el que aparecen presuntos sicarios del Cártel Jalisco Nueva Generación fustigando a los medios y a las ‘madres buscadoras’ se trata de un montaje.
La gran duda que flota en el ambiente es sobre su autoría, y la respuesta a la pregunta de quién lo hizo no es un tema menor. Tiene que ver con el grado de perversidad al que ha escalado la disputa por el poder político y económico de este país y, si me apuran tantito, también de otros.
Si alguien cree que la quejumbre la presidenta Claudia Sheinbaum por los 4 millones de pesos que según sus dichos se gastó la oposición en alimentar tendencias en redes sociales es mucho, o es ingenuo o no quiere sacar cuentas sobre cuánto se gasta el gobierno federal en alimentar sus propias granjas de trolls, bots y cuentas oficiales y oficiosas en la guerra por la percepción.
Veamos: tanto desde el gobierno como desde la oposición se cuenta con profesionales de la comunicación, la psicología de masas, el marketing, las campañas negras, la guerra sucia y entre otras cosas, la inferencia en redes sociales para generar percepciones.
La oposición acusa al gobierno de ser el autor de tal montaje, tomando como base el ‘empate’ de la narrativa del sicario que aparece como vocero del CJNG, con la narrativa oficial que siembra la duda sobre la existencia del ‘campo de exterminio’ en el Rancho Izaguirre en Teuchitlán, Jalisco; duda también de la buena fe de las madres buscadoras y las cuestiona, tal como sucede con granjas de bots oficiales y oficiosos con una campaña en ese sentido.
Pensar que fue el gobierno quien llevó a cabo ese montaje plantea la disyuntiva entre un alto grado de sagacidad para ser tan obvios que ‘enganchen’ a la oposición en esas certezas, o una tremenda estupidez para autoincriminarse tan burdamente.
Del otro lado, voceros gubernamentales sugieren que se trató de un montaje de la oposición (donde hay experiencia basta en esos menesteres, si no que le pregunten a Carlos Loret de Mola), pero eso plantea la misma disyuntiva entre la sagacidad y la estupidez, porque el empate de la narrativa sicaria con la oficial es tan burda –incluyendo la bien educada dicción del vocero sicario– que levanta toda clase de escepticismos.
Lo que es un hecho incontrovertible es que ya pasamos de la lucha política en las calles y las urnas, a la guerra mediática, de percepciones a través de manipulación informativa, campañas sucias y descaro absoluto. Una guerra que tiene soldados y generales en ambos bandos: el oficial y el de la oposición.
Qué interesante.